" T E J I D O S "

"Así que me acurruqué a su simiente tan cerca como pude, escabullí mis manos entre las capas que abrigaban su cuerpo, acomodando mi barba cargada sobre un gorro de lana garzo... Estábamos abisalmente enredados en la profundidad de ambas esencias, entretanto los ganchillos de carbón sobre mi mentón, sujetaban hilos de su vellón, nos encontrábamos sujetos mano con mano, tobillo a tobillo, pecho a pecho y mi mirada con su mirada."


La resuelta banca flotante de madera, se movía al ritmo de tus latidos. Saltaban los crujidos de cada tablón suave mecidos por la sinergia del viento, mientras nuestros cuerpos seguían por inercia el vaivén del roble. Era incómodamente espléndido, sentir el roce de ambas bufandas creando un nuevo efluvio, mientras una de tus manos buscaba calor en el bolsillo derecho de mi pantalón. El sol en esta oportunidad acariciaba tu rostro, despejando toda oscuridad y permitirme apreciar la vanidad inocente encerrada en aquella circunvalación. De hecho el lago, lucía mucho más transparente y calmo esta tarde, reflejando cada cuerpo que se llegaba a sus orillas. La baja temperatura del ambiente, le ganaba a la tibieza del sol, así que me acurruqué a su simiente tan cerca como pude, escabullí mis manos entre las capas que abrigaban su cuerpo, acomodando mi mentón con barba cargada sobre tu cabeza, o más bien, sobre un gorro de lana garzo. Raspé tu corona para molestarte un poco, entretanto los ganchillos de carbón sobre mi mentón, sujetaban hilos de tu vellón, entre risas nerviosas y secretas, sentí tus dedos ásperos y benévolos, paseándose sigilosos entre el bosque azabache terminando mi cara. Fue inevitable atraparla y dejarlos cautivos sobre mi regazo para que tu palma calculara el golpeteo frenético desde la profundidad de mi tronco. Por una razón aparentemente desconocida, mi cuerpo me obligaba a amarrarte y mi mente a concentrarme en cada parte de ti. Decidí cubrirnos completamente bajo la manta que nos protegía del frío atardecer, pero deseaba hacer algo más para abrigarte, ya tenía cubierto tu cuerpo, pero faltaba tu eufórico espíritu. Y para eso, debía comenzar anudando el suelo con cada hoja raída de tu arce favorito con la corrida de cuerpos celestes de tu constelación pretérita, y así crear un verdadero firmamento, una red entrecruzada tan real y poderosa, bajo el cual podríamos reposar para siempre.

Con un solo pie en tierra, balanceaba nuestro rincón. Me estremecía ver cómo las aguas atizaban con remanencia el linde. Entrecerrar tus ojos sonriendo cada cierto minuto, era totalmente formidable, luchar contra la somnolencia de la quietud y la comodidad de mi voz cerca de tu oído, rogándote una y otra vez, que te quedes a mi lado y alarguemos este momento al punto de unión entre la realidad y la fábula. Nos hallábamos sumergidos en aguas tibias que calaban nuestros cuerpos. No abras los ojos, recuéstate aquí a mi lado, en estas aguas poco profundas, a mi lado, donde el sol sigue brillando para nosotros aunque estemos ensimismados. De pronto, sentí como mi mano era invadida en todos sus espacios disponibles por otras terminaciones, siendo desenvuelta entre direcciones de lanas. Nuestras manos se acoplaban magnánimas bajo las innumerables capas de ropa, telas y géneros que acampaban a nuestro alrededor. Nuestros cuerpos estaban tan cerca, que no podía distinguir cuál era mi pierna, y cuál su brazo, de hecho, sólo oía un corazón palpitando. Estábamos abisalmente enredados en la profundidad de ambas esencias. Nuestras biografías habían sido enlazadas, pero no de manera ordinaria, estábamos enredados el uno con el otro, no podíamos separarnos porque no queríamos hacerlo. Bajo la rudeza de un llano, nos encontrábamos sujetos de mano a mano, tobillo a tobillo, pecho a pecho y mi mirada con su mirada.


Lentamente su mano se alzó aún más para contornear mi rostro y agravar mi condición sin solución alguna, oír su voz llevándome a eras anterógradas, era la magna sensación que me permitía vencer todo límite humano y allegar torpemente mi arisca barba a tu mejilla. Quité la frazada que nos separaba de la realidad, para que ambos fuésemos cubiertos por un nuevo firmamento, cadmio y garzo que se degradaba desde mis manos. No necesitamos a nada para abrigarnos, porque nos tenemos a ambos, y con nuestro calor, nuestra conmoción podemos entibiar y proteger a quien lo necesite y sumergirlo en la calidez de nuestra red.

Comentarios

Entradas populares


¿Vendrías verdad?