TABERNA

"El simiente atardecer ya anuncia el portento, los focos se encienden y los manteles se abren para recibir a los nuevos huéspedes. Bienvenido seas a mi taberna, el sitio que siempre espero tener abierto para abrazarte en un rincón de regocijo."


Cada comisura comenzaba a levantarse y ojos brillosos que cedían a la emoción, se convertían en los emblemas coribantes de la ocasión. En eso levantamos nuestros vasos montañeses y a aquel que lo necesitaba comenzó a narrar lo que sentía en un chistoso y cálido discurso sobre lo que provocaba en él, estar hoy aquí junto a todos nosotros. Uno a uno los invitados iban sentándose en el suelo perimetrando la “improvisada” tabla de género tan campestre y larga que los últimos comensales no lograban distinguirse. Cuando cada quien había tomado posesión de su puesto, comenzamos a servir las injeras y los pocillos con las pastas y salsas para recibir a nuestros recién llegados huéspedes, que con altos niveles de energía no permitieron que el sonido encubridor de los robles impidieran el centenar de conversaciones suscitados paralelamente sobre el simiente atardecer. Al parecer el viaje había arrasado con hambre toda la subida, los frutos secos causaron euforia, levantamos todo del suelo, mientras nuestro soplón de piso invitaba al gentío a subir por la colina para entrar en la taberna y dejar pasar una hora para organizar lo que venía.

Era tan agudo el sonido del cierre en medio del silencio, que era casi un nuevo registro en mi oído. A pesar de estar en el 3° piso y haber visto un centenar de personas en el primero, no imaginaba una celebración en pleno apogeo… terminaba de concluir cuando trágicamente mi pensamiento murió por un grito eufórico al otro lado del baño, mi amigo salió corriendo y gritando como loco mientras lo perdía de vista en las estrechas escaleras, tomé mi chaqueta de mezclilla y bajé para atender a mi recambio de inquilinos expectantes de lo que sucedería madera adentro en estos cuatro días de festejo. Aun no terminaba de bajar, cuando los músicos terminaban el Rin inicial para elevar el ánimo a lo que sería una velada extraordinaria, no sin antes claro; pasar por la multitud que se distribuía bailando, conversando, riendo, comiendo y moviéndose, mil movimientos iluminados por los focos enrollados en los grandes troncos desprendidos del techo.

Alcancé a captar el chiste de mi mesa para unirme a las carcajadas, me senté junto a la ventana para mirar el valle cuando el asunto menguara, pero dudo en que lo utilizara. La especialidad de la casa estaba sobre el mesón, la bebida de manzana con cedrón a punto de ser sidra brillaba como oro al sol reflejando las risas, mientras que la tabla de pan centeno, quesos y salsas áci-dulces anotaban las conversaciones, aunándose todo por el olor fresco a roble y helechos recién cortados para el centro del ornamento. Era inevitable no voltear a cada rato, escuchando como las mesas alternaban las explosiones: unos dramáticos se paraban felices alzando sus vasos, mientras otros rojos y sin aire por la risa salían a la terraza para respirar un poco del bullicio.

No faltaba mucho para que huéspedes comenzaran a allegarse al espacio destinado para el baile, de pronto, el alboroto fue mayor cuando compañeros de viaje se reconocían entre la muchedumbre para formar las parejas e ir secuencialmente armando un pasillo central, no tardé mucho para reaccionar, ni loco quedarme sentado teniendo compañera segura para el momento, instinto y raudo, la tomé de la mano y la jalé hasta quedarnos entre medio de los amigos. Metí mi mano entre mi ropa para sacar el pañuelo blanco y a quién no tenía, la chica de la barra comenzaba a repartir los bordados de la hostal. De un grito calvo, el ritmo del acordeón principal tocó las primeras notas, para que el violín montañés, el rabel y el bombo chilote impulsaran el trote inicial al son de las palmas, mientras las risas inundaban el lugar, agitábamos el pañuelo de una punta por delante y atrás, girábamos intercalados entre tanto otros volvían a sus puestos para copiar los pasos de sus camaradas, mientras se hacían las vueltas podía percibir aromas que se desprendían de las ropas, perfumes y olores silvestres que aparecían y se escondían espantados por las risas provenientes del error en sus pasos o la pérdida del ritmo, que no importaban para nada, manteniéndose el espíritu de divertirse. Por un momento me sentía como Scrooge en su recuerdo navideño bailando exacerbado por la alegría del lugar. Avanzar y retroceder al galope, intercambiar los blancos por el aire y como coreografía cual práctica de ensayo, al peso del bombo sobre el cuero, todos soltamos un – Hey! – terminando con las palmas en el acorde final.

El recambio fue inminente, mientras unos se sentaban otros llegaban corriendo para tomar sus puestos en el zapateo que daba paso a las palmas sobre la cabeza. Ver tantos rostros proyectando la misma alegría, era recompensa suficiente a mi trabajo, el lugar aún necesitaba más espacio, pero no podemos seguir construyendo por la montaña de rocas, siendo literalmente nuestro tope, así que pensamos en extender las terrazas y hacer un piso calafeteado para no dejar a nadie fuera, al menos así lucía mi plano en la servilleta, que arrugada, se acababa de convertir en un proyecto oficial. Jugaba con la tímida vela rodeándola con el dedo, quería buscar la mejor respuesta a mis ideas pero en eso los chicos del mesón hicieron una señal para confirmar que todo estaba listo.

La cena fue especial, al igual que ayer, y así será mañana, todo se está preparando para esta gente, mis entrañables amigos y familia, quienes me han acompañado en momentos de alegría y de tristeza, no dudaré nunca en recibirlos en este refugio, en el lugar donde habrá comida, música, oídos, y ambiente para cubrirlos del amargo toque que la vida nos va enseñando, después de todo, la situación aquí es agridulce… se vive real, se baila y canta, y se termina amando… incluso hasta el aire que respiras. Quiero sacar lo mejor de cada uno, como en el banquete sencillo del comienzo, quienes tengan una piedra en el pecho lo cambien por un corazón de carne, quien no ríe lo haga a carcajadas, aquel que se cuenta y guarda increíbles chistes, los exprese sin vacilar, que quien cree que no sirve para nada, aquí encuentre su tarea. Bienvenido seas a mi taberna, el sitio que siempre espero tener abierto para abrazarte en un rincón de regocijo. – Ya anocheció y esto recién comienza, ¿Qué nos falta hacer?... sonreí y bajé el interruptor para que el tejado de vidrio hiciera su trabajo. Mi taberna te espera. 

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