Atlas.

"Creamos mundos sinergistas que hallen su origen en la omnipotencia, intentamos equilibrar climas y territorios que nunca podrán estar sustentados en sí mismos.Cuando te preguntas la plenitud del mundo, y el sentido del tuyo propio, encausas todas tus respuestas a alguien. Créeme, lo hacemos. ¿Sabes por qué?."


El estrado estaba a mis pies, el mundo giraba con normalidad y cada polo continuaba su línea de frío. Los hemisferios de la circunvalación estaban dotados con sus respectivas leyes naturales, guiados al equilibrio del ánima. Planeando sobre los nimbos níveas, me veía recorriendo el mundo, donde todos los valles regocijados en cetrino, cuidaban de cada ser, piedra, planta y vilos en sus territorios. Decidí bajar para recostarme sobre el pasto tierno, recién secado por la magnificencia del calor. Con una de mis manos tras la nuca, ordené a cada hoja sobre la tierra levantarse en tornado y cubrir el cielo, millares y millares de brácteas de infinitos colores y fuentes venían para enfocar mi mirada al espacio. Cuando el revoloteo de  nimiedades continuaba girando, permití con un chasquido a las escarchas de las montañas, sumarse a la exposición tubular hacia la vía sideral, incluso a cada océano autoricé a entregar sus ofrendas quebrando en infinitos destellos cada coraza y corales de sus arrecifes. Del cúmulo de espectáculos que ofrecía mi mundo, este era una de los magnos. Todos los sentidos se rendían a la tranquilidad de cada giro que se apreciaba hasta en los vértices más recónditos del mundo conocido.

Me hallaba observando desde una quebrada a las poderosas montañas del este, que eran franqueadas por nubes a punto de diluviar. Sin embargo, algo les faltaba. Consentí a las aguas evaporarse sin límite para engrandecer a las potestades del firmamento, sin tiempo aparente, su concentración aumentaba cada vez más hasta duplicar el bravío de las sierras nevadas. Fue entonces cuando frené su crecimiento, y acomodé al sol hacia el atardecer, para que revistiera de anís a las prudencias sobre las montañas. El globo me pertenecía, lo que anhelaba se cumplía y nada se salía de control. Todo estaba listo para ser entregado, muy pronto nuestros mundos iban a alinearse en el espacio y las vías del universo iban a conectar ambos globos. Fue entonces cuando vi su mano extendida y sus ojos profundos, negros como el mismo espacio sin estrellas. Pero no aveciné el impacto, de un solo golpe la tierra se remeció y caí sin espasmos, mientras asimilaba la enfrenada respiración, divisé la caída del sol y el desarme del cielo. Me paré sin recelo, no quise ver lo que traía, de un chasquido elevando mi brazo rodeado mi cabeza, grité a los cielos enfurecerse otra vez como llamas de fuego, y salí disparado para fugarme en el mundo, pero ahí venía detrás, lancé rayos y relámpagos del celaje para detener sus pisadas, pero continuaba moviéndose, entonces ordené a los  mares descontrol mientras le daba la espalda, pero ahí estaba, a las arenas levanté en ráfagas, pero seguía caminando pese a todo, le veía de reojo tras de mí, encendí bosques perfectos y hasta a la misma orquesta de la galerna mandé a atacar. Sólo oía el aire hiperventilado que migraba en mi boca y mis brazos abriéndose de una dirección a otra para dirigir la defensa, cargados en mis oídos, los estruendos en la destrucción del mundo me veían preocupado, serio y arrebatado pero no al borde de la desesperación.

Miraba para todos lados, y ya no estaba. No, no puedo dejar nada al azar, ni permitir que otras leyes naturales gobiernen mi propio mundo. No tengo por qué desarmar el mío, si el tuyo es incompatible. Extendí mis manos para sanar la tierra, volverlo glauco otra vez y devolver el vigor a sus entidades. Recorriendo el mundo, sólo hacía lo que mejor puedo hacer; fortalecer. Pensé que podía entregarte mi mundo entero, todo lo que soy, he sido y podría ser. Por un instante me ilusioné pensando en que tú sostendrías mi mundología en tus manos. ¿Sabes por qué?, porque mi mundo jamás tendrá sentido, si no lo tienes tú. Pero no te equivoques, te gusta cargar muchos mundos sobre tus hombros, pero yo no soy el que crees, ni será mi mundo como el tuyo. Porque quien lo mantiene girando y vivo, soy yo, mi propio Atlas.   

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