"EL RACO"
"Unido a las orquestas de la galerna y encerrado en el nimbo del Viento,
podía envolver a la tibieza en su máximo esplendor."
Otra vez me hallaba sentado al final de mi cama, estrechando mis brazos contra mi torso. ¿Por qué seguía haciendo algo que no quería?, más bien, ¿Por qué no hacía algo que quería?.
De pronto el soplo de mi voluntad me tendió sobre mi cama. Ahora me encontraba contra el techo blanco albergando los despertares del cielo tintado. Pero el trote nocturno proveniente del exterior interrumpió toda la cadena de pensamientos que querían aparecer. Algo me llamaba afuera. Me senté complaciente sobre mi cama para dar un salto y hallarme contra la ventana. Suavemente deslicé el vidrio por su corredera y sospeché que el vidrio anunciaba su regreso, miré la calma de los hogares, las luces intermitentes llevadas por sonrisas. Cautivé cada pausa del silencio en mis oídos, por fin, un momento de tranquilidad me era entregado por los designios de la naturaleza. De pronto sentí que nada podía cambiar este momento. Pero todo cambió cuando la superficie de mis brazos era rodeada por la frescura de la noche. Sentí como mi mandíbula se tensaba y mis manos se contraían buscando refugio en mi regazo. Acaso ¿así se siente la frialdad de mi tacto?, ¿tan fugaces son la manifestación de mis afectos?, ¿tan escandinavos eran mis abrazos?, si, de cierto lo eran. Porque cada vez que intentaba dejarme abrazar y corresponder, mi cuerpo en bloque se remece, causando un rechazo tan potente, que no tolera el contacto físico. Me atestaba por eso, es algo que no puedo controlar, es como si necesitara hacerlo, como si debiera hacerlo, todo para protegerlos. Protegerlos de la torpeza y la imperfección del error. Por la extraña razón que desconozco, la huida del momento alimentaba un sentimiento negativo en todo ser que intenta acercarse, creían que un flemático temperamento o un carácter mal doctrinado era la razón de mi amargura y frialdad. Pero ignoran la verdadera razón de todo, la razón que hasta yo mismo no explico.
Debía elaborar la solución, no podía dejar que siguieran creyendo algo
que no es, dejar de ocultar algo inexplicable y que asolara sus vidas, tenía
que deshacerme de este cuerpo, sino podía abrazar con él, pues entonces, lo haría con el
alma. Sólo cerré mis ojos para correr ventana afuera y salir disparado a la
calle. En la soledad de la oportunidad, el viento corría desde lo alto, ya no
sentía la frescura del menguante, abrí mis palmas, las miré y solté el aliento
más atrapado en el fondo de mis pulmones, vacié todo su contenido para llenarlos de vigor. Había encontrado la solución. Poco a poco la transparencia de mi
piel se desvanecía con el corrido del viento, como colores esparcidos al
derramarse; mi cuerpo era evaporado por la tibieza del aire, si amas debes
dejar ir, si yo me amo, debo dejarme partir. Si teniendo dos brazos no abrazaba
a nadie, con mi alma esparcida en el nimbo del viento envolvería a todos. Los tendría
abrazados con mi existencia entera. Me había unido a las orquestas de la
galerna, cuando apareciera la brisa, el ciclón, el vendaval o la ventisca, yo
iría detrás calmando todo, infundiendo a todo ser entre mis corrientes para que
no sintieran frío y pudieran disfrutar de la noche, cayendo en la cuenta de las estrellas.
Me he convertido en el raco, la tibieza en su máximo esplendor. Ahora corro desde lo alto del este, puedo
abrazar a quién sea, sin queja y reacción a cambio, puedo abrazar a los que amo,
para que por primera vez en sus vidas puedan sentir la calidez de mi
existencia.
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