Verona

"¿Será este el momento de amar? ¡veo al albur! ¿Acaso, se me permitirá asomar sobre este balaustre y arrodillarme caballerosamente ante ti, hurtando de tus clisos el columbrar? ¡Oh, un momento de dicha! ¿Por qué no puede éste durarme toda una vida?"


Me apoyé asombrado a la columna, lento, débil y arrebatado por tu belleza apreciable, ladrona de mis fuerzas y las gallardas usantes para resistir a la idea de enamorarte con mi escasa gracia convocando la condenación al amarme. Si pudiera emancipar de mis labios, las dantescas palabras que intentan arrebatar de mí este amor cinquecento y develarte en la mención, estremecería las hornacinas que me esconden de tu vigilia, pactaría vuestra paz al menos por una noche, en el que no simule rozar sobre el calor de tus labios la aspereza inexpertíz de mis besos, volviéndome cual hombre yerto para esta pasión que a lapsos se ruboriza cuando te avisto a la distancia.

Musito impropio desde un balcón la composición vedada de mi zéjel, intento asesinar este deseo versal de recostarte sobre mi pecho fundido y hagas de él tu lienzo virgen, en el cual escorzas con tu dedo el eclipse que escandalizó tus sentidos. Es ya una fascinación insostenible, ver tus manos pálidas haciendo sfumato en los muros de tu loggia, abrazado al portillo he bajado por las escaleras y salido al paseo enmudecido por la cadencia de la lontananza, te seguía entre la multitud, pendiente a tu cabeza descubierta, no quiero perderte en la marea de renacentistas que alzaban su algarabía en plena calle, caminabas tardamente por los adoquines, dejando que los infantes del viento mecieran en un robusto vaivén, tus cintados con el ligero desbocado de Verona, tu sello registrado en el pensamiento nesciente en una época donde el amor ilícito está concedido por la pasión que el hombre ya no puede ocultar.

Tu piel tan clara y lisa, tersa como el mármol de Carrara, el lugar donde tu cuerpo por Venus fue esculpido como obra magnánima, con ojos de oscuro aspecto y delicadas bolsas bajo tus párpados, cincelado un mohín adusto, matriz de labios finísimos casi imperceptibles en un ósculo usurpado, ya no puedo amordazar al titán que planea tu rapto entre mis vestiduras, y en engalanado aposento despojarte de tus clámides, flamear con mis dedos tu pálida cintura y contornear con mi mirada lo prohibido por lo divino.

¡Oh cómo silencio la excelsitud de tu fonía!, ¡Cómo ligo tu gracia de gloria a mi miserable naturaleza! He aquí una encrucijada frente a frente entre tu ademán y mi lealtad a lo celestial, basto en medio de la rúa escuchaba el roquerío de tu carruaje, cruzaste con tu semblante tierno y hasta mí distendiste tu blanca diestra, ¡cómo esbozo el mensaje en tu mano, la caricia que disimulo en tanto te saludo en infame hipocresía!, ¡ambiciono su dominio para besarla con súbita intensidad y su calor adormecido calar!, aunque sea por un breve momento, sojuzgarla entre ambas palmas y desnudar en un páramo de mi mente, tu alma con sólo una vaina de tu piel ligada a mi hombre seglar. Creo que este es el amor que compongo; tácito y fuerte, repentino e inclemente, real y noble, pero vetusto e inmarcesible.

¿Será este el momento de amar? ¡veo al albur! ¿Acaso, se me permitirá asomar sobre este balaustre y arrodillarme caballerosamente ante ti, hurtando de tus clisos el columbrar? ¡Oh, un momento de dicha! ¿Por qué no puede éste durarme toda una vida?. He aquí viene otra encrucijada, sí acaso no es éste el causante de mi cruda agonía, ¡beber por licor suave este veneno llamado amor!, envejecido vermut acorazado en notas de ácido café tostado, tan intenso y amargo que detenga mi latido por instinto y sentencie a muerte a los dos amantes de esta tragedia; yo y mi aguijón, yo y tú: rostro profeso a la perfección.

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