⊱ F O R A S T E R O ⊰

"No es un sacrificio morar con las bestias del campo y la foresta. Comer el fruto crudo de la tierra y crear fuego a partir de los carboncillos manchados en mis manos para calentarme cada noche. No me importa perderme en tierras extraviadas, con tal de encontrarte. Lo único que necesito para mantenerme errante por el mundo, es mi barba raída, un café cargado y las dementes narraciones escritas en estas hojas."


Es complicado vivir traicionándote siempre. Mirar tu rostro sonriente en la poza de agua hielo bajo tus pies, para ir al frente y angustiarte por lo inevitable. El frío de todos los días, desde que emprendí este viaje, ha partido mis labios y mantenido mis orejas envueltas en cristales bajo cero, incluso, hasta el aliento de mi boca desaparece al instante al forzar mi respiración por el cansancio. Caminé contra la pendiente hasta llegar a una nueva loma. Desde aquí, podía observar la planicie, tan verde y brillante por el rocío sobre sus eras y la luz del sol instando las primeras horas del día. Caminé desde la madrugada para restar horas al sueño. Me senté sobre una roca para enfrentar a la postal que hace años no observaba y analizar cómo desde mi camino, divergían más senderos para seguir recorriendo. Saqué del bolsillo en mi camisa, una hoja kraft, humedecida y tostada por el tiempo para identificar los trazos difusos que alguna vez compusieron un mapa. Estudié sus puntos y los pueblos que allí se distribuían, pero no era suficiente para concluir mi ubicación exacta. Al igual que veces anteriores estaba perdido en medio de mi propio viaje.

Puse la mochila en mis hombros y reanudé el camino. En el acto de reacomodar mis ropas y el pañuelo fundido a mi barba, se propagó el olor a humo controlado por el alerce fresco que se enganchaba en mis cierres. Cada fogata nocturna, se escondía en los hilos que me cubrían, así que no tenía otra opción que permitir a los aromas de la naturaleza ir invistiéndome de sus fragancias. Mis manos estaban camufladas por el carbón de la madera quemada y la humedad de la tierra fumigada. Cerraba mis ojos de vez en cuando para mirar al sol y sentir la intranquilidad de los rayos entibiar mi rostro. Estaba exhausto, las nubes nimbo se iban moviendo con el único objetivo de cruzarse en mi camino. Rasqué mi barba descuidada tan negra como el carboncillo, para liberar la picazón producida por la brisa, de hecho, la sentía polvorienta, partida a causa del estrago climático. Del pañuelo grisáceo, sacaba pequeños rizos que se multiplicaban a la razón de los meses transcurridos. Lo único que me detenía un tiempo suficiente para descansar, era arrodillarme a la orilla de una rivera, y lavarme la cara para purificar la terminación desorganizada de mi semblante. Intenté cubrirme del viento pero era imposible. El pasto se mecía y las piedrecillas migraban a favor del sentido extraviado. Tensé el género alrededor de mi cuello y apreté las sujeciones de la mochila a la altura de mi pectoral. Mis manos se escabullían entre las correas y el ángulo de mis brazos, bajo la franela de mi camisa para procurar su calor. 

Pero ya era tiempo de parar. Necesitaba tomar nuevo aire y sentarme al borde del agua tibia para sumergir mis pies y caer a ras de suelo. Metí mis manos en la mochila de viaje y rastreé en él, el increíble invento jamás antes creado, el único recipiente capaz de mantener el calor de un líquido. Un termo platinado cubierto de una cuerina azul ftalo. Era pequeño, pero suficiente para contener en su punto todas las cualidades exacerbadas del café coronado por buena crema. Y fue allí cuando sentí a modo tan real, nuestros hombros golpearse en medio de la multitud, cuando ambos nos movíamos para festejar en aquel pueblo rural en medio del valle. Tu voz alejándose mientras otras personas se cruzaban y retener sólo la forma de tu oído esbozándose de tu cabello oscuro. Como pensamiento en fuga, se desvanecieron los recuerdos en mi mente. Cuando recobré el sentido de la orientación estaba quemándome con el café caliente rebalsado sobre mis dedos, grité de un bufido y me paré súbito y como la última proeza de la vida, mandé un sorbo crudo para la rudeza faltante, el pulso intermitente que no permite parar esta búsqueda. Comencé a caminar tan rápido como pude, deseaba correr sin fatiga, pero de ¿qué servían los esfuerzos?, me mataba todos los días yendo a la afrenta de la vida, llegar al precipicio que narra la historia de mi vida, el dilema tan complicado que nadie se atreve a resolver.

He rasurado mi barba mil veces, enfriado y hervido el café y su sabor más de cien, y raído mis pensamientos en las brasas. Cuando estoy avanzando quiero retroceder, cuando estoy débil busco fortaleza, cuando camino hacia adelante, deseo mirar atrás, y cuando gano, quiero perder de nuevo. Y lo más lamentable, es que cuando quiero ser fiel, termino traicionándonos a ambos. Niego con mis labios lo que en realidad vibra mi corazón. Y no quiero detenerme. Quiero seguir extraviado en los eternos campos de mis emociones, cultivados por los sucesos tan nítidos y reales que se escriben en estas letras. No sé dónde estás, ni sé cómo eres, pero quiero encontrarte de nuevo, aunque siga andando errante sobre la faz de la tierra, no abandonaré la aventura de girar tu rostro al mío para verte al fin, porque siempre seré forastero en tierras extranjeras, saltando sobre el peligro y a la orden de lo inesperadamente aprehendido. 

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