"En forma divergente, una a una las cúspides lábiles se unían para formar un verdadero dédalo cristalino... una vez terminado, debía ser liberado al viento gélido, encontrando su ubicación en el extenso espectro invernal."
Por una extraña razón el invierno rehusaba a irse. Los días de mejor
ánimo no aparecían, el poderoso sol aún era débil entre las simientes y grisáceas
nubes de agua. Del sur soplaba el frío aliento del viento, trayendo consigo gránulos
de vidrio natural. Todo estaba tan nevado que el juego de luces provocado por
los rayos del febeo, eran el espectáculo perfecto de cada mañana eterna. Cálidamente
los colmillos de hielo eran bañados por el reflejo del agua, que lentamente
caía a ras de suelo.
A pasos tan fuertes me hundía nieve abajo, mientras chocaba con ramas
cargadas de nieve que caían al pasar. Todas mis huellas quedaban marcadas,
denunciando mi recorrido, apenas podía moverme con tanta ropa sobre mí. Pero
yo, sólo seguía con mi labor. Quietamente movía mi índice, turnándolo con mi
meñique, para guiar al hielo emergente en la pieza quebradiza y naciente sobre
mi palma. En forma divergente, una a una las cúspides lábiles se unían para formar
un verdadero dédalo cristalino. El trabajo minucioso y detallado, resplandecía
levemente al encontrar un vestigio del solar. Una vez terminado, debía ser
liberado al viento gélido y encontrar su ubicación en el extenso espectro
invernal. Crear los cristales de nieve no era sencillo, requería tiempo, soledad
y mucha dedicación. Cada mañana era un momento lectivo, sentado sobre un risco
congelado seguía componiendo cristales de hielo que danzaban airosos en el
aire.
Para combatir el calor proveniente de lo alto, a través de un ligero
toque todo podía congelar, como una gota de agua al chocar contra algo, el hielo de expandía emancipado
cubriendo de manera diáfana cada superficie de hojas, troncos, piedras y
helechos y hasta el mismísimo aire, para hacer más nieve. Ahora que estoy en el
aire frío, puedo respirar tranquilamente. Me quedaré aquí por un largo tiempo, no permitiré que se derrita esto, porque el tiempo está a mi favor. La inspiración está
fluyente en todo mí alrededor. Me congelaré, me daré el tiempo de paz personal
que debo encontrar. Será como bajar al descanso, acostado sobre todo lo que
amo, sobre cristales de nieves que se quedarán conmigo, fríos y unidos mientras el sol
nos encuentra, para penetrar la transparencia del hielo y hacernos brillar ráyidamente
con haces de luz. Oír a lo lejos el eco de cellos profundos en la ventisca
diciendo ‘déjalo ir’ mientras respiro el olor a madero empolvado y húmedo,
encerrado en el mismo bosque. El pasto tierno y las ramas caídas, que luchan por sobresalir entre el manto blanco, me saludarán cantando al son de cada una de las microfracturas que sufra la escarcha. Mientras tanto, correré río arriba, tocaré todo lo que tengo, para
que se quede conmigo increíblemente conservado, dejaré ir al niño que alguna
vez fui y disiparé al adulto que quiere aparecer. Me congelaré joven, la
juventud no se me escapará más de las manos, encontraré mi camino, cuanto más
se aproxime el calor, me entraré en las profundidades del bosque o más alto
suba a la montaña, de mis manos liberaré la escarcha errante y construiré un
imperio de hielo que llegue hasta el cielo. Miraré todo abajo... y me daré cuenta de lo increíble, que cómo
una cierta distancia, te permite ver todo más pequeño. Y seguiré, seguiré lanzando
los cristales de hielo, los cuales garantizarán que sigo detenido voluntariamente
en este risco de hielo.
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