Vainilla (*)

"Cada uno de sus toques verdáceos con acento colérico, degradaba de forma ambarina mi rasa barba, intercambiando sus excusas por pequeñas vainillas que nacían por la suavidad de sus miradas."


Blanca, me llamaba la polera blanca dentro del cajón, y no sé por qué hoy, había despertado con la idea de usar esa camiseta y batir los pies un rato, algodón descuidado y limpio, creo que iría muy bien con el día disperso. Sólo tomé el abrigo y salí calmo en busca de la sorpresa pacífica a la vuelta de la esquina. Creo que la lluvia había hecho lo suyo, la arena rastrera se cruzaba bajo los regalones cafés, que eran movidos por una cabina de platina hasta un café.

Llegué al dintel para darme cuenta que ir por un café aún no era lo mejor, así que bajé para sentarme en el borde de una pileta, sacar el teléfono y comenzar a leer los retratos historiados de una barba. Pero ahí estaba, ahí comenzaba a expandirse ese olor dulce y asqueroso de una sola cosa: Vainilla. Si no fuera porque estaba combinada con café, hubiera arrancado de esas manos aquel vaso y hacerle un favor a… a esos ojos claros y creíblemente profundos que se arrugaban a la sonrisa minuciosa de una camiseta blanca que hacía juego con la mía. No quería caer otra vez en un juego de miradas inconclusas así que obvié mi atención al escrito digital del touch, pero no sirvió de nada, como aguijón en mi nariz, ese café me nauseaba, debía preparar una salida y escabullirme en las bolsas de compra y el motín de la gente, pero para qué, después de todo, en acompañar a alguien a terminar su latte, no hay engaño. Me dolía el cuello por ver letra por letra para leer, me estiré, para mágicamente ver, una entrada en el cielo invernal, para que una luz tenue secara todo, hasta sus zapatos.

Pero, ¿Qué le encontraban?, ¿acaso era el único que no hallaba justicia a tal esencia americana?, tanto vainilla para todo, debía tener una razón. Así, como veneno en un moka, decidí verter por mi garganta una crema de vainilla con un buen toque de avellanas para controlar el sabor… después del segundo sorbo sumado a la agusia, mis manos sostenían una vaina tierna, con seis pétalos enmantequillados que estiraban sus pistilos al hado. El efluvio, que antes se había presentado en el aire, ahora tenía constancia y sabor. A los días de aspereza daban cabida los nuevos tactos sutiles de la suavidad. La indefensa flor de la vainilla era fiel representante de lo que alguna vez tenía o era en mi vida y que perdí… o mejor dicho, lo que tiré al pasado, enredado con otras cosas que quería dejar atrás. Pero, como no aprendí a ser más fuerte de otra forma, que amargándome y volviéndome áspero al tacto o la burla. Estos últimos días, había evidenciado cuán pesado y agrio me he vuelto, comparado con el autor. Era una cualidad  que jamás quise dejar atrás, pero estaba obligado a hacerlo, si quería crecer.  Ahora desenredaré la vaina de aquellos indicios abandonados en el retrógrado paso del tiempo y volveré a dejar ese tacto en mi piel, esa alivianes en el pensamiento y ese tono a mi mirada.

Ahora comprendía porque te asentaba tan bien ese sabor en tus manos y porque nuestras camisetas eran iguales. Gracias por hacerme ver algo que conocía pero que no sabía de su existencia. Con razón mi cargada y engorrosa barba degradaba su color bajo pómulos enrojecidos hasta llegar a un ambarino, y todo por acción de tus excusas miradas a cada fibra que recubría mi cara, de donde nacían pequeñas vainillas, que aplacaban mi rígida mirada. Me enseñó algo sin pedírselo, me acompañó sin quererlo y me besó sin hacerlo. He ahí el resultado de un encuentro entre un barbón flemático y elocuentemente desordenado con unos ojos verdáceos revestidos de rubio con acento colérico. Había sido muy severo con todo el mundo y conmigo mismo, el doble. Pero ya no más, si es necesario bañarme en esencia de vainilla y consumir sólo lácteos y horneados de sus folios, para volver a ser más afable, lo haré. Pero ya dejaré de ser tan frío, haciéndome el desterrado. Abrazaré con ternura al que cae, al que llora volveré a secar y al que ríe subiré sobre mis hombros. Tendré que acomodar esto en mí, no desarmaré nada, sólo lo agregaré sin caerme y destronar. Y todo te lo debo a ti, y a tu beso sobre mi mejilla, donde, con tu suavidad, dejaste una frágil vainilla, que debo cultivar en mi elocuencia para siempre.

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