El Prado
Soñé contigo otra vez… te encontré caminando a mi lado en medio de un páramo tan profuso y verde que no tenía límite alguno, ni arboles ni montes interrumpían su extensión, uno muy semejante a este. Caminábamos separados por un holgado campo de largo trigal, pero nos manteníamos alineados entre miradas neoclásicas que entre tanto frío, se volvía inevitable percibir el vapor húmedo de la respiración desvaneciéndose en la débil pero persistente niebla.
… Sé que tengo que dejarte, debes irte de mí, desaparecer
para yo avanzar, pero me es tan difícil desterrarme de este lugar… ¿Puedo quedarme un poco más caminando contigo? pregunté sin
respuesta más que tu ademán; estiré mi brazo hacia a ti y cuando hiciste lo
mismo, la punta de nuestros dedos se tocaron y se separaban milimétricamente a
causa del paso a paso, mientras las espigas mustia clavaban nuestras palmas, temblábamos
a causa de la lluvia fragante y la áspera esperanza del sol salir, más tu
sonrisa entibió todo, tu silueta acercándose a mí, era semejante a escuchar un
piano sonar en Fa Menor, provocando la sensación de estar encontrándome con el
tope del mundo, ese lugar sin precedente que pasa vacío sin bullicio.
Si pudiera retroceder
a 200 años, donde el amor valido era por secreto almíbar, donde el mundo estaba
más desocupado para nosotros y sus campos nuestros laberintos… nos pusimos a
correr reventando el barro hacia el verde grano, te aventajaba en turnos, pero
tu risa y largas zancadas me desconcentraban tanto, que en armonía lenta nos detuvimos
paulatinamente para recobrar el aliento…
Yo tengo que dejarte, pero tú no lo hagas, debo irme,
pero tú no te vayas… caminábamos tan confiados y seguros que el sin fin delante de nosotros
no nos importaba, porque seguiremos caminando hasta el amanecer, uno que nadie
nunca podrá despertar, porque al igual que este prado, los sueños no tienen final.
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