~ " A U T U N N O " ~

"Desnudé mi sonrisa y con pies silvestres corrí en retroceso ágil hacia la profundidad del bosque, para hallarme arcano y émulo entre el vuelo de las brácteas y el lince del sol... La era de rejuvenecer en madurez había llegado."


Los audífonos roían la música por la áspera barba que se disponía quieta entre la lana y mis oídos, escuchando las hojas secas a mi paso. Me rodeaban altos árboles robustos que no tienen batida, luchadores contra los rayos del sol que filtraban la calidez del magno solar para secar la tierra  de una débil lluvia despertina. Era una mañana notablemente desprendida del honor natural. Había dejado atrás un sendero para diluirme en el espesor de un bosque idealizado tan nítidamente, que podía sentir el colchón de hojas secas bajo mis zapatos.

Mientras caminaba hacia el lago, sentía como cada rama, tronco y helecho rompían sus cristales bajo cero para liberarse en tibias evaporaciones y así alivianar el aire. Rápidamente la textura del suelo cambió de sequedades a gravas que protegían el oleaje sutil en el mismo borde. Guardé la música en un bolsillo y giré la tapa de mi vaso térmico para atrapar el espléndido aroma de un café vienés y apreciar la extensión del agua que en espejo replicaba cada árbol en su arcén. Metí mi mano libre en un bolsillo de mi pantalón mientras mi aliento se ligaba con el hálito del cacao. 

De pronto me topé con un tronco en la orilla, tenía la forma más parecida a una canoa naturalizada por el paso del tiempo. Enterré mi vaso en la arena y di impulso al madero para subirme y comenzar a bogar en la tranquilidad del lago. Todo se veía tan quieto y silente, los linces del día alzaban la belleza de cada árbol y los ecos originados de las sombras claras entre cada leña viva, producían la sutil orquesta de cantos escondidos y frutos secos cayendo a ras de suelo. Desde el centro del lago veía la cadena rodante de arboledas cubierto por mantos verdaderos mantos emancipados de colores granates, naranjos, ocres y verdáceos tenues que entregaban sus folios al gobierno de la estación. Cada ciertos minutos el encuadro afable se convertía en un arlequín, escuchando bostezos, revuelos y almacenaje de cada animal y ave que se alistaba para invernar. Mientras otros, igual que yo, se rehusaban a despedir la temporada en la que la calidez y el frio, la lluvia y el sol se besaban para elevar todo sentido instruido en la contemplación del alma. Todo lo que me rodeaba era un arreo del mundo recóndito. Fue inevitable dar paso a la poderosa resonancia interna, recordar cuán equivocada fue tu elección, al estancarte en otra estación, ¿Querías apreciar el colorido y la viveza?, acá también lo tenías, pero no importa, porque aquí está todo eso y más, conmigo todo ser aprende a renacer, crecer y volverte grávido al saber entregar. Pero ya has puesto tus raíces en otra tierra, quieres que todos se rindan ante la majestuosidad aparente de tus ramas y felizmente, yo no soy así, me escondo bajo la luz del febeo y contemplo todo protegiendo lo que quiero. Mis pies se habían unido a la corteza que me contenía, de pronto toda reflexión se desprendía en el aire y se integraban para formar un ramaje formidable, totalmente robusto de espíritu me había convertido en un fuerte exponente del otoño, de mi barba se formaba el musgo y se secaban mis tensiones. La serenidad y la templanza me enredaban al suelo y al mismo tiempo abastecían cada bráctea de frondosidad.


Lentamente volvía a la orilla. Tomé mi vaso y di el último sorbo al vienés para comenzar mi retorno. Cada rama movida por el céfiro se despedía de mí, mientras pateaba todo tipo de fruto, hoja y rama acostada en el camino. Amarré con una soga de rafia un par de troncos para poder arrastrarlos y llevarlos a mi hogar. Avanzado el paso no encontraba la salida, busqué las orientaciones que me habían llevado a mi destino, pero por alguna razón, se habían movido. El bosque me impedía salir. Fue en cosa de segundos en qué comprendí todo lo que me esperaba. Desnudé mi sonrisa y corrí en retroceso tan ágil como pude hacia la profundidad del bosque, para hallarme arcano y émulo entre el vuelo de las brácteas y el lince del sol. Era momento de cosechar lo que había sembrado hace ciclos atrás, rejuvenecer la madurez, en honor a la cadena de pensamientos que murmuraban mientras caminaba, a seguir descubriendo y creciendo, bajo el alelo de un poderoso otoño.

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