Camisa Afranelada.-



"El afranelado loco, envuelto por su sonrisa cuadrada e hipnotizado por el juego de roles de su camisa."








Su voz garraspada e inconsistente se asomó sobre mis oídos dejando que la misericordia de su garganta continuara fugando el aliento sostenido con fuerza. Fue entonces, cuando esa maldita corriente se propagó como un potencial de acción, y en menos de un segundo, todo estaba revuelto; el espacio ya no estaba en orden, al parecer la tierra se había detenido… sus labios habían atravesado la frontera que jamás debieron haber caminado, el recorrido febril de sus pulsaciones se estaban haciendo marmóreas, frías… Y en un intento desesperado apreté su mano derecha que buscaba calor bajo mi camisa… el tacto estaba tan agudo, y yo tan acelerado y suspicaz, que sentí cada fibra textil tejida en un cuadrado, y ese, en uno más grande atrapado entre líneas que se conectaban hasta cubrir mi torso por completo.

Jamás había sucedido algo tal, pero su mano encajaba sobre la mía como un papel recién rasgado, los espacios entre mis dedos eran los suyos también. Con la única mano en libertad, luché contra el abrumo a la altura de su mentón, tensé mi mandíbula y calqué sobre mis yemas la figura fina y a la vez robusta de su terminación. Por el mismo peso super-masivo de la gravedad, mi mano cayó sobre el pliegue de su primer botón, pero no me quedaría con las ganas de fumigar mi mano entre ambos cuellos: el de género y el de carne, así que apreté y concentré mi fuerza impulsando todo a mi posición. Su camisa jaspeada y desordenadamente cuadrada, quería propagarse de lo gris a lo azabache, se unió a mi camisa roja, imitadora de algunas de sus líneas negras.

El calor de ambos cuerpos sostenidos por el espacio no existente en un descarrilado instante, accedieron a disminuir sus pisadas, ya no había interrupciones, pero estaba atemorizado, algo me decía que su etiqueta decía que no me pertenecía ¿Estaría robándole algo a alguien? no sé. Entonces su mano, grande a causa del aumento de presión, cubrió la mitad de mi rostro dejando que su índice rosara lo que a veces tanto me molestaba que hicieran... Pasearse entre medio del puente de pestañas que en ese entonces estaban cerradas. La tierna barba que recién aparecía raspaba su mano sin peligro, pero el punteo de su camisa, similar a la sensación que estaba experimentando, me aviso que el tiempo ya estaba volviendo, el martirio del reloj sonaba uniéndose al estilo escocés de ambas camisas. Eran ellas, las que hacían que el sol nos traspasara a ambos... el frio del pasto, la humedad del aire escapando por el radiante... su mano llegó hasta mi nuca, levantando el dobles de mi cuello, junté ambas frentes y dejé que el calor de mis labios recorrieran cada sentido nervioso y mi aliento esta vez espantara los designios del día. Ya no podía quejarse, mi amor reparaba ese hoyo escondido detrás de su bolsillo, aquel que se encontraba a la altura de mi pecho. Éramos tan ambivalentes, que hasta su tuerca negra puesta sobre su oído derecho, se posó acariciando mi mejilla izquierda. Aturdido por el vapor de su respiración y el choque del tibio astro mañanero contra mi vista, guardé los hilos que hace poco acababa de desterrar de una de las puntas frontales de mi camisa, recordando que el impetuoso frenético de aquel encuentro, había sido yo. El afranelado loco, envuelto por su sonrisa cuadrada e hipnotizado por el juego de roles de su camisa.

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