FUNERAL

"No hay palabras. Sólo actos. Reacciones escondidas en el silencio del dolor que terminan en la solemnidad absoluta. No siempre tienes el honor de asistir a tu propio funeral y supervisar de primera lo que no esperas de nadie."


Deslicé mis dedos por los bordes de los alerones de mi traje y así devolverme a mi corbata y tensar el nudo un poco más. Supongo que nadie está preparado para momentos como éste, pero pareciera que yo sí. El traje negro me esperaba colgado cada nueva jornada durante los últimos meses, presto a acompañarme hasta este lugar. Acomodé alrededor de mi cuello el único accesorio digno para la ocasión, el hombre de barba en el espejo daba cuenta de cuán ameno se encontraba pese a todo. El impecable negro azabache contrastaba perfectamente con la nívea camisa y la corbata gris marengo oscura que volvía lenta a su posición. Una voz del piso inferior gritó mi nombre para avisarme sobre el inicio del día, con otro particular asociado, el sol brillaba fuerte y pareciera que contagiaba a muchos con energía. Bajé las escaleras completamente sordo, caminé por el pasillo sin prisa y salí de casa esperanzado en respirar otro aire, muy distante y lejano a éste dentro de las cuatro paredes. Saludaba a toda persona que me veía, estaba quieto pensando en que no me notarían, estaba sórdido concluyendo que todos me trataban con distinción, prácticamente un invitado de honor. Caminé por la acera hasta llegar a un café de barrio, cosas exprés sin nada complejo. Me senté en un taburete alto que daba a la calle sobre un mesón largo que anchuraba el total de la ventana. Sorbeteaba el vaso térmico para enfocar sobre su horizonte al desfile de autos tras grandes racimos de flores. No me quedó de otra que pagar mi consumo y salir distinguido por las mamparas para abordar un auto hasta el gran campo.

Pisaba el césped claro, acolchado y corto apreciando los toques de un gran jardín. Llevé mis manos atrás para concentrar mi atención en los detalles que se aparecían en cada rincón del cobertizo y el patio a sus puertas. Las bancas eran de madera nativa, puramente barnizadas, brillantes que hacían resplandecer aún más el centenar de flores blancas esparcidas por todo el lugar. Las enredaderas que caían del techo sostenían pesados racimos y buganvilias. El césped estaba repleto de personas, muchas conocidas y otros lejanos. De pronto un hombre convocó a todos a sentarse y prestar atención a la ceremonia. Me quedé de pie apoyado en una viga y cuándo vi a una de mis amigas subir al micrófono apoyé  mi cabeza para apreciar su canto, Go In Peace, melódico y dulce, llenaba cada espacio con oídos atentos y ojos expectantes. Cuando mi par de amigos subieron al estrado y leyeron sus repetidos discursos solté varias carcajadas. Supongo que todos extrañaremos a nuestro querido amigo. Nunca pensé que fuésemos a tener tanto en común. Fue así como parte de mi familia presente se conmovía desde sus asientos, nuestras amistades apreciaban la escena con tácito silencio. Mi amiga a cargo de la decoración había hecho un gran trabajo, todo lucía espléndido, hasta el féretro combinaba perfecto con el ambiente. 

De pronto todo el mundo comenzó a ponerse de pie, para despedirse uno a uno del ser a quién venían a ver. La multitud se agolpó alrededor de aquella madera, por lo que esperé unos minutos para mi turno. Me abrí paso entre la multitud, tocando hombros y pidiendo permiso, saludaba silente a quienes sorprendentemente nos acompañaban con su presencia. Miré al hombre del cajón y me agaché a su altura para tomar su mano. Aún sus marcas permanecían… abrí sus palmas para dejar en ellas la flor blanca que llevaba sobre mi pecho. Le apreté tan fuerte como pude porque sin duda iba a ser un largo camino para olvidarlo, acaricié su rostro y barba como el momento demandaba; la última vez. Sonreí acongojado porque no podía explicar lo que sentía. “Que tengas larga vida, Franco Zapata.” No siempre tienes el honor de asistir a tu propio funeral y supervisar de primera lo que no esperas de nadie.

Ahora aparecen todos, vienen de traje y vestido para despedirte en muerte cuando ni siquiera te saludaban cada día en vida. Se alejaron de mí como sequedades en el desierto y lloraron polvo a causa del pavor. Muchos como yo estaban en la multitud, los mil hombres apreciábamos al único que debía morir para poder seguir viviendo. Mi tiempo había culminado en la soledad, acostado sobre el piso y llorando verdades que nadie más podía aguantar. Llegué al implícito puente entre las alturas y me sostuve de la baranda para arrojar a la corriente las flores blancas escritas con tinta, ¿para qué? Para despedir al que supo mantenerse puro hasta desfallecer, porque se negó a errar, y perder la pureza a la cual estaba preparado. Pero faltaba yo, sumergido en el agua. Que el mismo tiempo cierne estas flores y sus tallos, que vuelvan cenizas sus recuerdos y pierdan todo rastro de este solemne momento.

// Si me conoces sabrás qué es esto. Sólo intento engañarme inventando derrota, cuándo sé que puedo seguir viviendo con esto. Quería la esperanza de ser débil, para descansar un poco al menos. Lo expreso, para que los selectivos que lean esto, no piensen un acto que no merezco.

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