Acero, ángel, timidez,

El acero no siempre será inmortal. Desplazados los días, los vientos se habían comportado más resilentes que lo normal, no querían dejar de correr y de inundar el prado con toda su rapidez, lo que me hacía pensar que se acercaría una tormenta. Antes habíamos sobrevivido a cualquier cosa, a tornados, desbordes de ríos, avalanchas forestales e incendios producto del calor, más nunca nos habíamos extinguido, permanecíamos de pié, fuertes, brillantes, éramos de Acero.

Acostumbrábamos bañarnos en la gran laguna entre las colinas silvestres del sur, aguas profundas, tranquilas, pero tibiamente frías. Algunas veces, decidíamos volar, echar carreras de quién llegaba más alto y daba la primera vuelta al sauce del tranque exulto bajo los altos pinos. De ahí sacábamos la madera, el alerce, la sabia, las lianas que necesitábamos para poder luchar contra los que osaban pasar nuestra frontera con impetuosidad y alegoría. Era la franja que separaba la realidad de lo conocido, el límite de todas las naciones, lo inalcanzable, que bajo ninguna costa se podía encontrar.

Siempre defendíamos el orden, el silencio de la prudencia, y cada cierto tiempo regalábamos una luz que se nos daba para repartirla y ayudarle a sus merecedores a descubrirla y mantenerla brillante, muchos de ellos la llaman Felicidad.
Debíamos turnarnos cada cierto tiempo, un tiempo que coincidía con los cambios de estación, se nos encomendaba la misión de cuidar de ellos, protegerlos bajo cualquier costo. Mi problema es que no lo hago por mandato, lo hago porque quiero hacerlo. En mis viajes, solía encontrar piedras brillantes, duras, valiosas y de una belleza inalcanzable, todos los días las pulía para que siguieran en ese estado natural de resplandor, para luego devolverlas al lugar donde las guardaba, un saco que cruzaba por todo mi torso.

Muchas veces me han dicho que, digo, más de una persona me ha dicho que he dejado mis alas en alguna parte, el problema es que no sabía a qué se referían, el elogio aparente lo anunciaban como una certeza tan real, que hacía que sus palabras retumbaran en mi mente y soltaran un son de alivio y fortalecimiento propio al ver mi visión, mi realidad, mi verdadero motivo de vida, alcanzado tan joven. ¿Uno yo?. Todos los días abro ese saco, mi mente, donde están esas piedras valiosas, esas piedras que forman la base de mi resistencia, esos seres que viven conmigo, que pulo, admiro, que atajo cada golpe por ellos, que cuido todos los días para que no se desgasten y sigan a mi lado. ¿Un ángel yo?... No lo sé, pero si así fuera, Sería el ángel que cuida de todos los demás, pero que no sabe cuidar de sí mismo.

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