PASANTE
"Me senté pensando si este era el momento en el que debo quedarme, porque no quiero seguir creciendo. No porque tema ser adulto o viejo, no por terror a la responsabilidad y su demanda, sino, por el pánico a la distancia."
Sólo algunos tienen el privilegio
de hallar el propósito de sus vidas, y creo haber dado con el mío, aunque
tristemente no es lo que esperaba, pero ya no puedo seguir huyendo de la verdad,
ni del aguijón que cada día me recuerda lo vacío y efímero de mi falsa fortaleza.
El día más temible del año ha llegado para develar nuevamente el dolor que
nunca cesa en lo más profundo de mi alma, esa batalla que encubro del mundo arrogante
y distraído. Cada 10 de junio, es el motivo para viajar un par de millas a un
lugar donde nadie sabe que existo, desconoce quien soy y cuál es esa historia
que interrumpe el ciclón, me gustan los días como hoy, brillantes pero atenuados
por ese viento fuerte y frío que anula los rayos del sol, me encantan las calles
vacías y las aves dando vueltas tan cerca de quienes fuimos condenados a no
volar.
Me bajé del auto estirando las
piernas y los brazos tan torcidos por la inseguridad, miré lo suficiente y eché
a correr en el adoquín sin vergüenza, asumiendo que no había nadie espiando por
las ventanas y aunque fuera no importaría porque no sabrían nada de mí. ¿Acaso
existe ese lugar? ¿En el que no sienta miedo de vivir? Retumbará la misma
fuerza de la soledad y su agonía en el vigor de la esperanza hallada, ¿puedo
correr más fuerte? ¿Acaso no puedo echar una carrera con los pájaros del cielo?,
no recordaba la sensación tan feliz de volar aun cuando tus pies tocan la tierra,
miraba como la parvada se desordenaba mientras sus sombras bailaban estridentes
sobre el pasto de otoño. Con cada pastizal que quedaba atrás era inevitable
gritar aullidos o vaqueros para relinchar la carrera que había organizado solo
hace 15 minutos, corrí tan fuerte que la agitación a penas me dejaba ver algo
que no creía en lo absoluto; la vista de las lomas encerrando un pequeño
poblado germano en una cima más del plano que respiraba solo en una tarde de
lunes.
Me tendí sobre el pasto esperando
que los pulmones volvieran a su sitio desconcentrando las nubes en la infinita combinación
de formas que proporciona la magnitud del cielo a las mentes de quienes respiramos
imaginación. Me senté pensando si es esta la escena donde debería encerrarme, porque
no quiero seguir creciendo. No porque tema ser adulto o viejo, no por terror a
la responsabilidad y su demanda, sino, el pánico a la distancia… entre más
crezco, más me distancio del intocable niño que inspiraba confianza, admiración
y respeto en dondequiera que llegara, elogios y consideraciones de incluso desconocidos…
hoy en cambio, soy recambiado por un adulto culposo, solitario y temeroso ante los
eventuales reproches del abismo, ajeno de quienes puedan defenderme… y me temo
que esa es mi historia cada decena a mediados de año, un cumpleaños más me
recuerda lo pequeño e invalorado sujeto que estaba destinado a ser; un pasante en su propia vida cumpliendo años.
He compartido una parte ínfima de
esta carga, no dudando que, al escribirlo, esta sensación pase y desaparezca. Cumpliendo
26 años, como nunca antes, quiero quedarme así para siempre, dando vueltas en
un pequeño pueblo, rodeado de paz pero colmado de vida, esa vida que me
corresponde por haber dado la pelea y mantenerme fiel en un mundo corrompido
por la maldad de los hombres. Pero que cierto es aquel proverbio árabe, “procura
que el niño que fuiste, no se sienta avergonzado del adulto que eres”, y ya estoy
tan confundido que no sé con exactitud si hay algo que comparar porque sé la
respuesta. Aun así, quiero dar vueltas por aquí hasta que de con una respuesta
cierta a tanto quejido, esforzarme en ser amable siempre aun más con quien no
lo es, tratando de conservar a ese niño aunque no lo merezca hoy.
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