Sneachta
"La magia que cae del cielo, la bendición que unifica la tierra bajo su regazo. Algunos pensaron que las nubes estaban siendo incineradas, que las sombras sobre el muro eran parvadas volátiles en la corriente del viento nocturno... 'es nieve, está cayendo nieve... está nevando'. "
Nunca imaginé
que esta sería la postal N° 24, imaginaba todo lo rutinario posible para no
sorprenderme tanto cuando me diera cuenta. Casi lóbregos se precipitaron los
días en el mes medio, pero ya ven la magia de lo inesperado, incluso siendo una
crónica anunciada, el deseo más distante que tengo ya se cumplió en una forma
que no dimensioné.
Cuentan las voces de ángeles que en el resplandor de las estrellas se
halla el ritmo de su caída. Parpadeos largo y corto dirigen el número
suspendido esperando tocar su parte en el anchor de la tierra. Un eco del padre
lo despertó, parecía que el mundo acababa, pero el escándalo de júbilo perpetuó
el levantarse para allegarse a la ventana; y ¡quién le diera impecables ojos
para apreciar nuevamente las sombras que acariciaban su rostro!, descendiendo
por su cuello y se resistían por sus brazos y manos. Sí el pijama le vestía,
volvía a ser un niño, el mismo que otorgó a las cenizas de hielo 5 minutos de
suma atención para tratar de comprender lo que ocurría, millares de livianas
eras se repartían desde un cielo confuso que camuflaba del gris al garzo
oscuro. Corrió por la casa, sobre sí completó los zapatos manchados de aventura
y vistió la parka ocre para enfrentarse a la nieve que complicaba a todo Julio.
Un paso débil
era un resbaladero seguro. Caminar mirando al frente se tornaba ridículo,
porque lo cuerdo estaba a ras del suelo. Un manto blanco para la realeza era
tejido por cada delgada arcilla blanca atraída a su lugar, pareciera que el frío
inminente le dejaba obrar a toda latitud vista por ojos de hombre. Tan pequeña
que clavaba, tan congelada que quemaba, y tan delgada que transparentaba la
noche detrás de su caída, reticente sobre sus hombros intentaban derretirse y
penetrar a la franela para enfriar su emoción, pero era en vano a la sucesión de
las interminables cenizas que aún se repartían por todo el derredor.
Cuando levantó
sus ojos al cielo y abrió sus brazos para eternizar el momento, de sorpresa a
centímetros de lo que podía contemplar, aparecían fascinantes para chocar su
nariz y enarcar las cejas que aún se mantenían conmocionadas por la rareza de
la naturaleza. Algunos pensaron que las nubes estaban siendo incineradas, que
las sombras sobre el muro eran parvadas volátiles en la corriente del viento,
pero nada más sabio que la prosa de los catorce años… como escribió su hermano
menor: “Sobre el pavimento helado los
copos de nieve caían en silencio como una lluvia de infinitas plumas”(1) porque tenía razón… Cuando se cumplió mi anhelo de vivir bajo la nieve descendiente,
era la madrugada en que los ángeles agitaron sus alas porque verdaderas plumas
se mecían ligeras y resplandecientes en el espesor del tiempo… y Dios me
sonrió.
|| Dos menciones: Sneachta (nieve en Irlandés) - (1) Bastián Zapata.
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