— Atardecer

"Porque ninguno igual a otros se encuentran, desde dónde los miras hallarás su gracia, podrán desvanecerse por el rigor del tiempo, más permanecen vivos como el carmesí que encendieron."

Escuché el silencio de la brisa. Me quede quieto observando el horizonte del mar moviendo a las islas de proa a estribor, mientras las nubes atajaban luz de sol decadente, afinándose leal al degradado carmesí reticente, en su firmamento vasto y elocuente.

Ese olor a tarde, diluido en el frío de los últimos otoñales, sacudía la hierva magenta y verde cedrón hacia el sur, que con el viento caen cabales.

Era la luz justa, el celsitud indicado para hacerlo, no había reparos, ni atraso, era el punto exacto, en que cual café se prepara sin defecto.

Friccionaba los calcetines sobre la frazada, para mantener el calor y relajarme más, y mirar por debajo de la carpa sin cubretecho, a los apartados astros que iniciaban tormenta en su lecho.

Eras como ésta son necesarias para vaciarse, es cuando las libretas se abren para ser escritas, los páramos para ser dibujados, y el hombre aturdido, por su broquel ser atendido.

Madura la jornada y fallece en el postrero intento, más permanece plasmada y eterna, en hechos como éstos.

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