"ROSCA"

"A todo le doy un sentido, aun más si son en fechas especiales. Con cada rama, hojillas y piñas pretendía armar en la circunferencia el ciclo profundo que no tiene exhibición. Enredar a quienes amas, es una cosa, pero vincularlos es otra."


Apareció Diciembre corriendo, alarga la esperanza todo el año y huye veloz a entregarse al próximo que viene. Sin duda para muchos, es el mes más esperado del año, inicia el verano sur y consigo la temporada de disfrute y descanso. Pero no antes de imperar en el aire, el regocijo que sólo pocos percibimos en su extensión. Natividad, la época más sublime del año, después del Otoño claro, son lo días más familiares que conozco. Obliga a juntarnos alrededor de una mesa a quienes se creen familia durante 364 días al año. Y como buen ritualista y agente simbólico, no puede faltar el adorno, el sencillo toque en un rincón que avise que se acerca navidad. 

Recordé salir temprano para llegar a la tienda o me quedaría sin la rosca de ramas puesto en la vitrina. Corrí hasta el paradero y al llegar al asiento alto del bus, agilicé mentalmente al chofer para que pusiera todo de su parte y llegar más pronto al tren subterráneo. Recorrer las vías sin tiempo aparente y sentido del deber es un precio impagable de la vida, sólo salir, por querer salir a darte un gusto. Las estaciones bajo tierra pasaban lentamente detrás del riel quedando a la aventura de que el próximo vagón connotara su presencia. Salí por las calles para dirigirme a la tropa de tiendas y almacenes dispuestos a cooperar en mis nuevas ideas, el centro de la materia prima para los manuales y artesanos gritaba a todo pulmón que no explorar hasta el ultimo rincón de esta ciudad, es el mayor pecado cometido. Entré como si nada al lugar que comenzaba entre mimbres y cordones, sonreí mientras los ojos brillaban enfocando todo lo que estaba en las paredes y techos. Pero sólo me fijé en la rosca de madera cálida con vayas pequeñas y de 50 centímetros de diámetro. 

Viajaba contento de vuelta a mi casa. La media mañana ya transitada aun me permitía continuar con mi plan, así que al llegar al cobertizo descubrí las cajas que contenían mi recolección anterior. Saqué todas las ramas, hojas, rafia, arpillera y piñas de pino dentro del cartón que con tanto cuidado demandé cuidar. Me desabrigué para acomodarme frente a la mesa y comenzar a seleccionar los mejores racimos para acomodarlos enredados a lo largo de toda la circunferencia. A cada nudo amarrado, a cada rama selecta, le otorgaba un nombre. El gentilicio de mis seres amados para encerrarlos por siempre en este ciclo sin fin. Con excelente precaución, procuré ubicar cada rama a su linea de madera, cada detalle alrededor sería el nombramiento silente de lo que para mí significaba esa corona navideña. Amarré la rafia por detrás de su ápice, probé el peso de su resistencia y fui a colgarlo frente a la puerta de entrada, pero el sitio ya estaba ocupado por algo más. Recorrí la casa para encontrar el lugar vacío que cobraría sentido. Pero sólo encontré uno. Clavé en el vidrio de mi ventanal, justo enfrente de mi acostar, un gancho pequeño capaz de mantener alzada la corona para los próximos días. Tal vez no soy rey de una nación y no tengo una corona y un cetro que lucir, pero estoy tan contento conmigo ahora, que soy el rey de mi seres amados, y ésta es nuestra corona.

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