Joy To The World

"Alegría para todo el mundo, un Rey nos ha nacido."

Londres, 1741.

Corría por la calle recién lustrada por el sol del invierno, el maestro se levantaba demasiado temprano para ajustar todo lo resuelto a su obra maestra, llevaba dos semanas y 3 días corrompiendo todos los eslabones del tiempo y el espacio para escuchar la armonía fluente de su clave y órgano. Llevaba conmigo la incertidumbre de conservar mi vida en las manos de 5 pliegos de papel entintados a la desdicha de la neblina. Entré al teatro entre el callejón de Le Petit para impedir a la inercia de las horas el estrago de un retraso del hombre cano sentado entre en su escritorio y su órgano.- Buenos días Maestro Händel.- Grité corriendo por el pasillo a sus espaldas para desenrollar los pergaminos sobre el mesón a su derecho y preparar los pentagramas para que escribiera los nuevos capítulos de su historia. Saqué la maleta de arce, donde guardábamos las plumillas para escribir, me senté en mi lugar y comencé a tirar las lineas horizontales que sustentarían la gloria a punto de nacer. Guardaba silencio y miraba de reojo al maestro, sus lamentaciones, bufidos, sonrisas y sus vueltas incontables alrededor del salón proporcionaban ansiedad suficiente para impedir mi plena concentración en la simpleza de seguir una tablilla con una linea en su altive. Frank, escuché como casi un murmullo, me levanté deprisa y me paré firme detrás del asiento. Sonreía mientras miraba por la ventana silente, tal vez contaba a las personas que se veían lejanas en la feria, o sólo apreciaba el calvo horizonte irradiado por un herbáceo sol.- "Ya he terminado. Está listo. Escucharás a los mismos ángeles discutir por quienes entonarán este himno al caer las estrellas." Agradecí complaciente con un gesto la alta maestría del momento, en el cual la oratoria estaba siendo sellada. 

Cerramos el taller, mientras muchos hombres y mujeres de la compañía preparaban los detalles finitos del gran ensayo al anochecer. Mientras tanto Sir Händel caminaba con esa peluca nívea escabullida entre medio de su sombrero cuarzo. Me hizo comprar baguettes y agua fresca para llevar nuestra merienda nuevamente al teatro. Con regocijo el maestro se sentaba orgulloso frente al órgano mientras Sir Isaac Watts ordenaba a los cantores sobre las tarimas y comentaba paralelamente sus registros con el maestro, mientras éste asentaba alegre al bajar el pergamino en sus manos. De un aplauso Händel captó la atención de todos, y adaptados se quedaron en sus puestos. Con la mano alzada, Watts comenzó a dirigir las voces de las decenas de caballeros y damas sonrientes por el trabaja cometido. Unos a otros se miraban, mientras el viejo sentado en primera fila cerraba sus ojos sonrientes a causa del ambiente creado. Las voces narraban la historia de aquel niño hebreo que había venido al mundo para salvar a muchos de sus malos caminos y cómo regresaría con el poder del mismo cielo más bello. De verdad parecía que los ángeles tocaban el techo del teatro para imitar los tonos y unirse al coro que se disponía en esta noche con un corazón sincero. Escuchaba atento el bravío de las voces jubilosas aunadas a una misma voz y qué indescriptible fue presenciar en aquel mismo momento gratísimo, el viejo maestro Händel llorando sonriente por su obra. "El Mesías" es verdadero, si moró en esta tierra, si estuvo con nosotros y pudo cumplir el propósito de la redención eterna, a la cual contrito me allegaré cada día para estar más cerca de ese futuro. Hoy me sentí más cerca del Cielo, hoy fue Natividad y cantaré esta canción con mi desafino con la misma bella morada de estar ante su presencia algún día. 

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