"Porción"
"Sólo deseo mi porción cada día. Sus palabras de Vida."
Entonces, volví a encerrar sobre mi oído las palabras del hombre galileo. El pasto comenzaba a crecer con un nuevo verdor y las lágrimas que alguna vez sucumbieron al rocío, hoy reflejaban las arcas benignas del sol. Contenían verdades incorruptibles, y daban esperanza a cualquiera de la multitud. Nadie nos podía contar, sólo el grupo que me acompañaba se enumeraban en cien hombres sin contar a las mujeres y niños. Sea cual haya sido nuestra apariencia, sentía que éramos ovejas sin un Pastor, seres libres pero sucumbidos por la agonía de la vida. Cubrí mi cabeza con un manto sobre mis hombros y aguardé entrecerrar mis ojos para verle mejor a la distancia e impedir que el calor hostigara mi frente. Por una razón que no explicaba, su voz se oía clara sin chasquidos en sus líneas, era tierna y fuerte a la vez, y todo lo que hablase relucía en su propia mirada.
La colina de antes vergel, ahora suspendía a cientos necesitados de pan y aliento. De pronto, aquel hombre descendía a un riachuelo que guiaban los pequeños montes. De pronto uno de sus seguidores me entregaba pan de cebada y un pescado, la gente se agolpaba y abría sus manos al cielo para agradecer por sorpresa lo que todos vimos. Panes y peces fueron multiplicados por aquel hombre. Cuando hube probado al pan, desvaneció mi hambre y me sobrecogió un sentimiento de quiebre. Algo no era lo mismo en mí. El pan que mascaba, era alimento para mi cuerpo, pero sus palabras eran la porción para mi alma. Ayer negaba contra mi vida la salvación por esta carga tan pesada sobre mi pecho. Pero hoy, al encomendar mis sentidos al camino que él trazaba, hallé gracia ante el mismo Cielo.
No deseaba otra cosa que acercarme a las aguas donde él estaba. Corrí despavorido, sin preocupación de la muchedumbre, mi única necesidad era ingresar a esa fuente de vida y sellar mi pacto. Abrí paso entre hombros y espaldas para descender a las aguas sin que nadie me dijera algo, lejos de preguntarme o impedirlo. No importaba si era sumergido en las aguas, si tan sólo tocase su manto o fijara su mirada de amor sobre mi, era índole de sanidad y salvación. Abandono hoy mi carga, el dolor a la tristeza y corono esta lucha con el mismo vencedor. Respiré con ojos borrosos, mi rostro dejaba caer lágrimas de llamado y en un instante sepulté en aquellas aguas el viejo hombre de una forma certera e idónea, porque una vez más he atendido al llamado del Gran Maestro para seguir sus pisadas donde sea que Él me Guíe.
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