Miseria.

"No perdí mi casa, nadie ha partido, no estoy herido ni falleciendo por alguna enfermedad. No es necesario pasar por cosas así, para ver destruidas tus venas... Cuán nefasto es conocer la miseria, 'teniéndolo' todo."

Dejé que el calor de las explosiones quemaran mi rostro. Sobre mí, veía pasar piedras, trozos de tierra y humaderas grises que se pugnaban unas contra otras. Me encontraba conmocionado escuchando a kilómetros las estallidos que tronaban a un par de metros. Todo a mi alrededor, comenzaba a transcurrir lentamente, como si la débil respiración de mi boca dirigiera su ritmo. Estaba rodeado de llamas, estampidas de ráfagas encendidas por la ira del desconcierto. Me hallaba martillado al suelo por el interminable peso y carga sobre mí, y cómo pretendían hundirme más bajo la angustia y la frustración.

Muy pronto, las altas muestras de la naturaleza se convertían en espesas nubes que migraban de una dirección a otra, el viento lograba confundir su trayectoria a lugares que no alcanzaba a ver. Nunca quité mi vista del firmamento, no quería moverme, deseaba permanecer en un estado letárgico incorruptible por cualquier potestad que lo impidiera, a tal punto de abandonar progresivamente la respiración por más tiempo cada vez. Lo que antes conocía como paraíso, ahora era la nada misma, un campo de cenizas y brasas fragantes por el sol. Me acurruqué a un lado de mí mismo, encerrando mi ser entero en el centro de mi vientre. Dicen que así, el dolor pasa más rápido, se languidece hasta desaparecer a costa de un favor, pero no me daba consuelo alguno. Rasgué mis ropas para quedar íntegramente indefenso en la plenitud de la era, abdicando cualquier razón para seguir cubierto en lo corpo, cuando el alma es ya alcanzada.

Con los carboncillos del suelo, dibujé entre derrames cristálicos la historia que he de contar. Tomé la extensión de la frustración para las mayúsculas, y en el narrado, extendí el trazo con la angustia. Cuando necesitaba puntuación, estaba la prolijidad de la deslealtad y la traición, y bueno, la gramática para bastar, correspondía al sútil hilo del anhelo, vano e indecible. Había radiografiado la expansión de la era en su totalidad, lineas irregulares y manuscritas en un orden ininterrumpido de kilómetros en gracia por la tinta mineral. Desconozco la diferencia en el grosor de sus lineamientos, pero si sé el motivo de sus colores graduales en la intensidad de las cenizas; albas, grisáceas y brunas. Los días postreros, se han arrancado de sus cimientos, carecen de ilusiones, maltratan la esperanza y ahuyentan la mensura de la emoción primordial. Gritaba con lamentaciones sordas a unos pocos oídos a la distancia, bastaba con girar de un lado para otro y manchar mi piel con más cenizas.

Cuando logré restablecerme en una pierna y mantuve el equilibrio, percaté el escrito repartido en la mitad del campo, faltando escribir el resto... Pero ¿cómo?, ¿Con qué? Si indudablemente, tengo los mismos objetos. Caí de espaldas como si nada, sintiendo lágrimas caer a ambos lados de mi infausta cara. Oculté en mi barba la fragancia de las cenizas y la enredé en los rieles más secuaces y profundos de la memoria.

|| El irremediable ciclo, del cual aún no aprendo a desistir.

Comentarios

Entradas populares


¿Vendrías verdad?