﹥ Mendigo <

"Somos humanos, y como tales hacemos caso omiso a lo relevante frente a nosotros. Lo importante es oculto a los ojos y lo obvio escondite de verdades. Está en la esencia de muchos negar lo innegable e ignorar la necesidad mercante a las puertas de cada reino."


Me levanté a escondidas y caminé silente por los corredizos y escaleras para salir a los patios circundantes a las orillas del muro. Mis pasos daban en tactos inexistentes, incapaces de levantar alguna sospecha de mis intenciones. Dentro de mi propio hogar, huía como cuál esclavo en sus intentos de fuga. No cargué nada sobre mis hombros, abandonando por completo las honras del principado, las riquezas del conocimiento y el peso de reliquias por regalo de mi ascendencia. Caminé asegurándome de que nadie me siguiera a la distancia, ni haya percatado mi repentina ausencia nocturna. Fumigué las extrañas ideas de mi cabeza; no quería seguir luchando con el atropello de sentimientos y raciocinios encerrados en la cúpula sobre mis hombros, entre más meditaba en decisiones, más angustiantes eran las horas, más quebradizos mis planes y tan lejanos se veían mis sueños. Faltando tan pocos meses para una condecoración, no deseaba presenciar la desdicha de ser aclamado por multitudes, guarida de traidores que claman tu prosperidad, pero aguardan tu derrota. Calculé desde mis aposentos la salida más infalible, un pequeño pórtico de hierro en el vergel del norte. Golpeando el candado tan fuerte como pude, pausaba entre posibles sonidos de alguien al asecho. Liberé al cerrojo de su prisionero, y descolgué la ambigua puerta de sus altercados. Y sin prensa de la inseguridad, caminé tan rápido como pude en medio de la oscuridad y sin darme cuenta, mi caminar se había convertido en una carrera, corría a una velocidad ciclópea, alejándome pronto de la arquitectura que te vio crecer.

Mis pies estaban heridos por abandonar el calzado que les protegía millas atrás, no quería marcar mis huellas en el barro. Sediento, mi garganta se apretaba al tratar de juntar mis labios resecos a punto de sangrar. Las palabras eran las culpables de tanta aspereza, de nutrir una esperanza tan absurda y ruda. Persisto en despojarme de todo, pero me ha costado hacerlo. Podría esperar que el seol reclame mi aliento, pero no quiero partir. Nunca fue mi vida, morar bajo mármol y hierro y recostarme en oro y lino. Necesito conocer lo que segregan los muros a lo lejano. Enfrentarme al latente peligro del mismo mundo y hallar nueva gracia ante mis ojos. Últimamente he acostumbrado a las estrellas a ser mis testigos y a la menguante la cómplice más leal, callan una serie de búsquedas sin retornos, decidido a alejarme de la potestad que se me había entregado. Aún no estoy listo para asumir obligaciones impuestas, nunca he desprestigiado los deberes, de hecho, son naturales en mí, pero pasan a ser tormentores de día y noche, como martillos sobre mi estribo remecían mi cabeza a la frustración cuando era algo por cometido. Era tiempo de abandonar la corona, alejarme de los atrios imperiales y llegar al lugar que nunca borraron mis ojos. En penitencia enmudecí mi alma, sin consolación viva de mis convivientes, conocí desprecio de quienes te profesan rendición eterna, de forma tan vana y vil. Es muy largo el sendero, tantos terrenos me pertenecen que ni siquiera sé qué hacer con ellos.

Necesito días para alejarme de lo que me espera y hacer una tregua con el resto de mi existencia. Lo que me rodea y lo que ha acontecido me ha llevado a nuevas direcciones. Tal vez estoy huyendo por temor o cobardía, pero no quiero que nadie me moleste por algún tiempo. No podré escapar de la realidad, pero al menos, puedo huir en un par de líneas. Nunca podré deshacerme del pacto a puertas de asumir. Ahora, por fruto de mi trabajo y a estragos de mi esfuerzo comeré las raíces de la tierra, contendré el polvillo del viento y la lisonja silenciosa en el reflejo del río para beber. Deambularé meses para que nada delate la cuna de mi providencia. Me cubrí de mantos haraposos y en un pequeño bolsillo amarré el anillo de mi reciente pasado. No necesito tanto para continuar, porque estoy acostumbrado a vivir con tan poco. Mendigaré entre los mismos pueblos del reino, y nadie se dará cuenta, porque lo rechazado siempre es oculto a los ojos y lo obvio: escondite de verdades. Hoy abandono la corona que me aguarda, porque necesito conocer fragmentos de la miseria que circunda a las fueras de mi potestad.

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