Límites.
"Aquí, escondido en la fuga de lo nocturno, me allegué a la valla en medio del prado, lleno de inseguridades e hipnotizado por la intriga de una inevitable decisión."
La gente se cree ruda por cosas tan vanas. Creen que han vencido el mundo por pequeñeces, y ni siquiera manejan la idea del verdadero dolor. Ese que te acompaña las 24 horas, el que te da la bienvenida a penas a los 3 segundos de haber despertado, y el que te hace dormir cuando caída la noche, apoyas tu cabeza en la almohada. El mismo culpable de no querer levantarte al despertar... y el de no despertar jamás al dormir. Algunos ya hemos cruzado la valla, conocemos el toque de lo profundo, nos hemos ahogado en los abismos de nuestras propias sombras. Cuánto valoramos aquellos momentos en los cuales todo va bien, y duran tan poco. Se desintegran tan fácilmente que no alcanzas a reconocerlos, su registro sólo lo sensoria el tiempo.
Camino por los recónditos lugares que no debo transitar, las mismas redes que llegan al límite. El barrial de la vía, hunden aún más los desgastados zapatos de siempre, la humedad del aire sólo es un indicador más del triste hecho a punto de acontecer. Desafío el frío de la noche y sólo con una de mis camisas llego a escondidas a la reja de todos los siglos. Tan fría e insipiente. Tan débil y letal al mismo instante. La frontera que veo desde mi patio ahora estaba enfrente de mí. Es más pequeña de lo que imagino, sus pilares de madera retorcidas y secas por el ciclo de la lluvia y el abrasador. No quiero empujarla, si la toco, lo más probable es que se caiga, y no estoy dispuesto a crear otra barrera más. Decidir si alejar el cercado o acercarlo para no reconstruirlo en el mismo sitio. La noche era el testigo más leal de todos. Encubre siempre lo que siento, sepulta bajo sus estrellas más cristales para su brillo. Y la luz de la luna no pasa más allá de la espesidad de las recargadas nubes del fluvial, alguien tiene que detener la supervigilancia del resto y solemnizar el momento. El resplandor níveo de la faz reflejaba la red metálica del confín, su espacios tan anchos y su media altura, le hacen un obstáculo tan sencillo de sobrepasar. Pero no quiero. Por mucho tiempo permanecí distante, pero otra vez estamos frente a frente mi querida amiga. El linde de las experiencias ha estado abandonado mucho tiempo, por eso la maleza desértica a su alrededor, que no es impedimento para estar juntos. He caminado por mucho tiempo rodeando su territorio y todo siempre se pierde por lo mismo.
Esto es vivir en el centro de un campo minado. El lugar donde voy está plagado con esos bolos explosivos. No quiero seguir obligándome a soportar cosas que no quiero, anhelo saber el arte de la felicidad y hacer lo que deseé sin esperar el futuro. ¿Por qué tengo un elevado sentido del deber y la responsabilidad?, ¿por qué tienen que depender de tantas personas y cosas, las soluciones?. Para el terreno que dé un paso, explota. Para el hoyo que cabo más rápido, un derrumbe sucede. Aquí, escondido en la fuga de lo nocturno, decido no obligarme nunca más a pasar por algo que no debo. Pero no restauraré este cerco, lo dejaré abandonado, para que se caiga poco a poco, para cuando me acerque otra vez por aquí, no haya un limite que cruzar, porque no habrá nada a qué temer. Ya sé lo que se siente cruzar el límite de mi mismo, no controlar tu mente, tu cuerpo en un colapso y sufrir con las grandes lamentaciones que impartes a los humanos cercanos a ti. Me he dado cuenta que vivo rodeado por campos minados y sólo parecieran activarlos los mismos instantes felices.
// No quiero pasar por lo mismo otra vez, no lo merezco.
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