Ferroviario

"No importa que venga y quizás a donde vaya. Sólo será una nueva experiencia y un minúsculo pasar frente a todo lo que me espera en la vida. Después de todo, soy un ferroviario, vivo moviéndome, en cuerpo o alma." 


Estación Internacional de Canfranc. Agosto 31, 1930.

     Gracias.- Dije mientras tomaba el boleto en mis manos y me prestaba a tomar las maletas
junto a mis piernas. Acomodé ambas manos al botín completo para pasar entre medio del gran vestíbulo, la estación estaba llena, mucha gente esperaba sentada en las bancas de abordaje, mientras otros nos quedábamos parado admirando los altos techos de ciprés cristalizados por un barniz blanquecino. Los cristales de las lámparas eran verdaderas lágrimas y dagas amenazantes contra cada cabeza que pasara justamente bajo su ubicación. Lentamente caminé entre medio de maletas, bolsos, cajas y embalajes para alejarme de las taquillas.

Las boleterías aún eran los confines de las interminables filas de pasajeros expectantes por subir al próximo tren. De hecho, la recepción se había convertido en el paraje para la mayoría de los franceses, suizos y españoles del territorio fronterizo, todos resueltos en la nevada región de Aragón. Era un invierno bastante gélido, la lluvia afuera del cementado bulevar cambiaba de sintonía la espera, de alguna u otra manera, la gente estaba menos ansiosa, eso me habían dicho mis padres previamente, confío en que así sea. Agité mis manos entre los bolsillos de mi Cadillac moro, removí el borsalino sobre mi cabeza para no desproteger mis orejas, a los pies de una cordillera, cualquier pretexto facilita la idea de entregarse al imperio del hielo, ruta arriba. En todos los bordes y protecciones de los ventanales superiores, el escuálido hierro se enredaba entre sí, para formar redes de acero, como si estuvieran fundiéndose constantemente, daban en el punto imaginativo al pensar que todo está firmemente construido. Los colores tornoazulados armonizaban todo el lugar y dignos de una despedida temporal. De todos estos años era la primera vez que decidía viajar en el tren de la ciudad. Y quizás el viaje más largo de casa que no haya sido en ferroviario. Naturalmente me había tragado la ansiedad y el temor para tratar de disfrutar el último paisaje de estos días. Toda la noche y parte inicial de la mañana estaría viajando hacia el nuevo destino. Paris, famosa por su luz, movimiento y diversión camuflaba perfectamente la realidad del hospital militar de la ciudad. Después del infortunio mundial, aún quedaban estragos humanos que se debían ayudar y allá iba. Hace meses me habían solicitado y acepté como si fuera la mejor decisión. Lejos de casa, una nueva realidad, casi un nuevo idioma. Nuevos días de aceptación, al mundo moderno, lejos de los faroles de la avenida central y distante de los altos farallones que me rodean al despertar.

Admiraba el tejado curvo apizarrado y como de ellos se sujetaban los cobertizos con pilares clásicos. El cielo en el andén de espera era extrañamente transparente, las vigas forjadas relucían un nuevo espectáculo detallista. Y ahí venía. El tren a toda máquina venía liberando vapor a gran escala de su fumarola, el compresor era el sonido que alarmaba al centenar de personas que nos ordenábamos en filas múltiples frente a cada carril de abordaje. El momento había llegado. Era el tiempo en que debía tomar el tren y cumplir el viaje. Salir al encuentro del desafío en un nuevo momento de esta etapa. Ya he vencido gigantes anteriores y era el intervalo para poner a prueba una vez más la resistencia que durante tanto tiempo he forjado en mí mismo. Llegué a mi ventanilla, acomodé mis maletas en el torrente encima de mi asiento y me senté acomodando el gran Cadillac. Crucé mis brazos aguardando la partida. No importa que venga y quizás a donde vaya. Sólo será una nueva experiencia y un minúsculo pasar frente a todo lo que me espera en la vida. Después de todo, soy un ferroviario, vivo moviéndome, en cuerpo o alma. 

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