"CANDELERO"

"Le seguí, iluminado por la única llama que quería mantener."

Invierno, 1776

Los labores del granero ya habían acabado. Estaba holgando entre la idea de acarrear los baldes con agua hacia la cocina o quedarme arrastrando los trigales del campo a la alberca, pero todo se detuvo cuando los criados comenzaban los preparativos para poner a toda la casa bajo el alelo del sueño. Subimos las escaleras repartiéndonos en todas las habitaciones del gran corredor. Si alguien pudiera de afuera observar el gran evento, en el cual, una a una las cortinas van siendo cerradas detrás de todas sus ventanas.  

Soplé las brasas del caldero para dejarlo entre las sabanas de mi cama y entibiar sus ropas. Pero no podía concentrarme en dormir, los ruidos al hope de la ventana me invitaron a apreciar el patio y su encuentro con el bosque nocturno. Fue entonces cuando vi una silueta, reconocida y confusa entrando a través de los robles centenarios, iluminando sus pasos con un farol. Tomé mi capa y salí en busca de aquella figura envuelta en la intriga de la noche. Bajé los escalones que daban al patio y toqué la tierra sin medir su humedad, espanté las huellas de las aves, corriendo despacio sin perder de vista a quien aparentemente habría aparecido a escondidas de la casa. Encendí el candelero colgante en la cerca trasera, y lo llevé conmigo a las afueras del prado. El único guía en medio de la oscuridad, no veía más allá de tres codos, mis pisadas daban en falso y a la vez en una confianza absoluta en no tropezar. Mantenía el cuidado suficiente de no crujir el suelo bajo mis pies, pero pareciera que ya hace varios minutos, quien perseguía, estaba al tanto de todo. Empujaba arbustos y lianas para permitir mi causa, pero entre más me apresuraba, más se alejaban las manos de quien sostenía el farol. Su cabeza rotaba cada cierta cadencia, intentando mirar hacia atrás. Y tenía miedo, entre el frío deprimente que caían de las estrellas y la persecución flagelante de quien había arrebatado mi opción al descanso para sacarme por insurgencia. El cuero en mis botas quedaba cubierto por el barro, mis manos se turnaban para alzar el candelero, caminando sin sospecha de una estación próxima, necesitaba escuchar al menos una rama quebrarse para seguir orientado y encontrar el lugar preciso para encontrarle.

Llegué a un cruce solo delatado por pasos reiterativos sobre aquel lugar, descubrí mi cabeza e intenté calmar mi respiración entorpecida por el tiritar de mi cuerpo entero. Levanté el candelero a la altura de mi rostro para esparcir mi mirada a todos los espacios circundantes, pero no había ningún indicio de quién era ni de a dónde se había ido. No tenía otra cura, no había un retorno. El único objetivo que tenía, era el que ya había cumplido con su crueldad y egoísmo. Caí en la escuálida reacción del misterio. Y solo perdido, con la pequeña llama del farol a punto de extinguirse, cerré toda posibilidad de un nuevo regreso.

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