— Camiseta de Dormir.

"Quiero estar despierto cuando amanezca; no permitir que interrumpas tu eternidad vigilada y que rompas el momento que tanto había esperado. He pasado la mitad de la mañana, creyendo que sueñas conmigo cada vez que despiertas, y el único recuerdo corpóreo que tengo, es tu camiseta de dormir, aquel algodón nimbo que cubría mi pecho."

De pronto, sentí un codo rastreando mi espalda al mismo tiempo en que el espacio que nos sustentaba, se removía a su causa. Con ojos entre abiertos, divisé en la ventana la apariencia de las estrellas, y el símbolo del termes; como el azafrán se difuminaba en garzos cada vez más oscuros, y como el frío de ahora, era distinto al de la mañana. Supongo que saltaron las horas, y ya era tiempo de dormir, digo, oficialmente por decencia biológica, dormir en el periodo correspondiente, es decir, nocturnamente.

Fue entonces, cuando en su maniobra de levantarse, se agachó bajo mi escritorio y de su bolso comenzaba a sacar su ropa de dormir, y claro; suyo era, innegablemente se notaba como las simples rayas torno grisáceas, distinguían una camiseta blanca, a punto de renovar un cuerpo talla M. Mientras tanto, elaboraba la estrategia de estirar raudamente los pliegues de las sabanas y el plumón, pasando mi mano bajo la almohada, y hallar mi pijama, siguiendo el juego que acababa de iniciar, después de todo, para comenzar uno, ambos contrincantes deben estar preparados. Sin embargo, no íbamos a estar en contra de ninguno. Cuál de los dos estaba más exhausto y revocaba sus esfuerzos a cambiarse de ropa con el único objetivo de dormir. El sublime acto de cerrar los ojos y perder la consciencia hasta que algo te traiga de vuelta. Sabía que nada malo iba a suceder, ni que algún pensamiento equivocado sobresaliera del gesto inocente de ver en nuestros ojos, la aventura de sólo vernos, por querer mirarnos.

Apoyé mi espalda en el respaldo de la cama y pegué un cabezazo frágil contra la muralla. Fue cómico ver como escalaba por las frazadas con ojos idos, brazos de lana y una lentitud digna de una cuna, para adoptar mi misma posición. Lado a lado, podía saber que su rostro sonreía por mi risa entre dientes, mientras intentaba captar la inocencia y la ternura insurgente de su braveza, rendida ante las horas del sueño. Era tan capaz, su extraversión creativa sobrepasaba a cualquiera, y ahí estaba débil frente a mí, vulnerable para acurrucar su cuerpo sobre mi pecho y dejar que los latidos febriles de mi corazón entonaran la balada que le haría dormir.

Podría repetir el acto otra vez. Quedarme dormido a las 5 de la tarde mirando el techo, y caer en el peso del fondo cargado de naranja. Las siestas no son lo mío, pero pensar en ti de forma descontrolada, si lo es. A veces, acepto tu invitación de quedarnos dormidos mientras atrapamos al mejor soñador entre sus fotografías, o discrepamos en ponernos de acuerdo para encontrarnos y hablar por fin de lo que cada uno guarda del resto. Estos pensamientos se suscitaban, mientras tecleaba su cuerpo para ayudarle a conciliar el descanso que tanto esperaba. Me adjunté a su regazo tan cerca como pude, para secretear sobre su oído los anhelos escondidos en mi centro de las memorias, y  juntos en un acto de inocencia permeable compartir el mismo sueño. Con los ojos recargados me encantó ver su sonrisa cuadrada esbozándose para permitir a sus brazos de ancla aferrarse a mi dorso. Pero no me quedaré dormido. No quiero. Quiero estar despierto cuando despiertes, no permitir que interrumpas tu eternidad vigilada y que rompas el momento que tanto había esperado. He pasado la mitad de la mañana, creyendo que sueñas conmigo cada vez que despiertas, y el único recuerdo corpóreo que tengo, es tu camiseta de dormir, aquel algodón nimbo reposando sobre mi pecho y la única solución que veo es cambiarnos ambas camisetas siempre, para seguir soñando el uno con el otro y no despertar jamás por el sol entrante en tu ventana.

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