Ámsterdam

"Aún con la celestialidad del Ámstel, lejos de casa, a pesar de no verte en la ciudad, todo me condujo a lo inesperado. Caminé de la mano junto a la torpeza y dejé que la casualidad hiciera el milagro magnético de un abrigo a otro, pero sólo pude caminar por las calles de la Venecia del norte, donde un día puede convocar las cuatro estaciones del año, tal y cual, nosotros nos compartamos, el uno con el otro."


Los pliegues de la sabana ahorcaban mi talón, mientras intentaba sentarme en mi cama y enfriar el misterio del relajo improvisto en una nueva mañana de mayo. Me levanté igual que siempre, eso sí, hoy fue temprano, así que no me quedaba otra opción que apresurarme y alcanzar la micro de las 9.00, si quería salir. No recordaba el valor de viajar en bus sin rumbo conocido, sólo sentarte y dejar que el día te armara el panorama perfecto, aventura controlada por la nubosidad espesa a punto de romper en mil gotas de lluvia. El abrigo tenía un olor fumigado que se combinaba con el olor a arrayán y suero de Alaska, aunque mantenía el mismo calor de siempre, y su color marengo oscuro no se desvanecía, por más lloviznas que enfrentara. Pero el aroma y el color sobre el reflejo de la ventanilla, quedaban atrás cuando el cielo poco a poco comenzó a abrirse para que el oro del espacio tocara tierra firme, reluciera el pavimento y aclarara el sin fin de vidrios, protecciones y cristales camino al centro de la ciudad.

A penas divisé el castaño de indias en la esquina del Federer, me paré del asiento y esperé tocar el timbre. Me bajé, dejando que mis pasos secuenciaran hasta llegar al farol negro, donde era posible ver una onda circular en el rio cauto. En esta mañana sí que el Ámstel se estaba luciendo, jugaba con el vaivén del viento que iniciaba su viaje al sur, trayendo consigo oleadas de hielo, seguro muy pronto la cálida mañana se transformaría en un elogio al trono del norte. Busqué calor en los bolsillos del Montgomery, no era el abrigo más poderoso del universo, pero si podía batallar contra el infinito de ejemplares a cada cuadrilla de la costanera, las calles y los coffee shops en sus veredas, todos competían por tener el mejor, ser el más abrigado, y mostrar el estilo europeo casual que primaba en estos días. Esta vez, se notó que todos formábamos parte de la misma nación: “juntos por el frío”, unos odiaban el resplandor glacial del tiempo, mientras otros, por muy al contrario, esperábamos la temperatura caladora de huesos, solo para infundir respeto y dignidad a los que no gozan de un cuerpo fornido o revuelto. Las diferencias aquí eran casi imperceptibles, literalmente aquí, son diferentes igualmente. Los detalles no importan, la diversidad se vive, y se anuncia que todos ante la perplejidad de la vida, somos iguales, similares.

Me senté en la banca azul, frente a un alto edificio almacén con cuatro pisos, dos de ellos estaban cubiertos por enredaderas que resaltaban el verde musgo de sus ladrillos. El Keizersgracht, era el fiel representante de la calma y el dorado de la luz, era el emperador de los canales concéntricos en la ciudad, y ninguno le comparaba en ancho. La corrida de árboles ordenados en sus orillas era el patrón perfecto para protegerme de la lluvia, el suelo comenzaba a oscurecer sus superficies y callar todo ruido bajo el estruendo del impacto fortuito entre el cielo y el asfalto. Mis pies de tanto caminar estaban congelados, mis manos inmóviles y en mi cara sólo sentía mi nariz. Pero lo disfrutaba, cuánto amaba sentir un momento de paz, inmortalizado por el frío. Ahora, estoy tranquilo, lo malo ya pasó, y ese capítulo desapareció. Se transcribió lo positivo y se integró a las memorias. No podemos predecir el futuro, pero si trazamos el presente. En el pasado me odiabas, pero ahora decides amarme. No espero estar junto a ti, porque mientras no te convenzas que así es, ninguno retornará a su casa. Te esperé hoy en nuestra banca azul, escuché tu voz y letras, viajé para tener tu sonrisa, y casi lo logro. Nuevamente escabullí mis deseos en aquella hoja que cayó desprovista sobre la corriente. Pero ¿sabes? No importa, porque esto no sucedió por ti, no por ambos, pasó por mí, porque irremediablemente, I AMsterdam.

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