VIKINGO (Víkingr)

"Acariciaba su trenzado escandinavo al riel de su oído, cuando su respiración obligaba su sonrisa. Forjé un millar de momentos perfectos para deleitar nuestra próxima vida. Con mis brazos carbonizados intenté encender al rojo vivo todo lo que podíamos sentir. Te abrigué con las pieles de nuestro lecho, tan sólo para avivar tus ojos de cobardía traición."

(Parte II) - Reino de Cork, 1120.

Creí que el vapor liberado por las tenazas dentro del balde inundaría el techo y saldría a disiparse cerca de las nubes. De todas las tierras escandinavas exploradas, no hallaba razón para seguir quedándome aquí. No estaba acostumbrado a sentir esto, conocía nuestro invierno, pero ignoraba su primavera. Al rojo vivo, cada martillazo sobre el hierro desprendía chispas que migraban desde mi ceño fruncido, cayendo evaporadas sobre la placa encendida. Nos alistábamos para una batalla más, todo el pueblo se investía de guerra, para raer la existencia completa de otra nación a punto de crecer. Desde muy pequeño se me enseñó a no llorar, pero nunca supe cómo controlar lo que sentía. Lo único que servía de ti, era explotar tu rabia a base nada para gatillar el desenfreno y quebrar el yugo de mil pueblos, centenares de seres que se interponían en tu camino. Sin importar lo que pasara, nunca quise aprender a vivir así, por eso fui relegado a ser un simple y locuaz herrero, encerrado en las altas montañas, detrás del espeso bosque donde crecí.

Desértico el día, sequé mi frente caminando en dirección al riachuelo para sacar agua. Llevé el balde sobre mis hombros para terminar la lámina semiarqueada que moldeaba sobre la forja. A pesar de la rudeza aparente de mis manos, la corriente cristalina hundía en sus profundidades las palmas carcomidas en carbón y quemaduras. Recordé por un instante aquel sentimiento que me inundó una vez; tu voz, tus pasos siguiéndome y tus miradas escondidas en el follaje de unos troncos… crecer siendo un campesino, labrar la tierra y cosechar el don de la naturaleza. Eran tiempos que se volvían intactos, eternos con tu presencia, por más veces que me moviera del campo, ahí llegaba tu voz propagada, intentando conquistar mis tierras.

Por un momento creí que llegarías otra vez a mi lado y juntos contaríamos cómo igual forma, nos fugamos de las reglas, tu testarudez, mi seriedad y la carga de ambas naciones. Como llevábamos la misma ciencia, sabía que nos encontraríamos en la frontera, en el mismo punto exacto, con solo un paso de distancia y lugar donde las aguas segregan ambos mundos. Pero tu silencio era indicio de todo. No quise despedirme, porque ni siquiera ibas a saludar. Dejé mi hacha y molde a ras de suelo. No iba a decirte algo, porque sé a qué venías. De sus ropas, sacó una punta de piedra, tan mal labrada como su ignorancia. Facilité todo para ahorrarme el tiempo de permitirle verme, cayendo al piso y devolviéndome por la misma ruta que acostumbraba a usar. Fue en eso, cuando una daga, bajo mi costado atravesó el eje de los ecos que me mantenían en pie. “Si osan alcanzarte como miembro del linaje, tendrás que aniquilarlo como de a lugar” fue el instinto emperador del momento, grité sobre su rostro y sobre lo mismo, agilicé su cuello entre mis brazos, tres segundos y su aliento sólo sería un estrago del tiempo. “Encuentra el peligro para hacerte más fuerte”, obedecí por obstinado y la daga me había dado donde no pude sacármela. Tarde o temprano, todo el cuero de tus vestiduras se rasgarían por la deshonra de tus manos. Pero vi las marcas en mi brazo, historias de victorias que no serían manchadas por hacerte daño. Pensé ser un guerrero, cuando felizmente sólo soy un herrero. No soy quién para reclamar tu esencia, cuando la mía está intacta. Pero tampoco dejaré que te lleves algo de mí. Desamarré mis manos de su cuello y le empujé al agua para que escapara junto a la corriente.

Silente y sin carga llevé la metalurgia de mis recuerdos en elixir puro, recobré fuerza del misterio y de su desinterés crecí en estrategia. Tomé el escudo forjado a máxima temperatura, volqueé todo el lugar y encerré en mi frente el dolor para esperar al próximo atacante. Sin darte cuenta, hace tiempo intentaste cazarme y cuando pudiste hacerlo, cobardemente huiste, y no te percataste que mientras tú te acobardabas, yo me hacía más fuerte. Otra persona te aborrecerá, porque ahora serán mil veces que observe por el ojal de mi escudo, serán dos mil intentos en el que primero pase el filo de mi espada para saludar, y todo será si los ojos sobre ese rostro, son los esculpidos para los míos.

Epílogo: Después de todo, sabía que todo terminaría sin haber comenzado. Será lo mejor para ambos. Éramos inocentes ambos, creo y no gastaré carbón otra vez para encender la historia. Quiero creerlo. Éxito.

Parte I: https://descafeinadodemente.blogspot.com/2014/08/corcel-bulgaro.html

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