Amigo mío, no sabes cuánto te amo. Cuánto te
admiro cuando te veo desesperado, y optas por silenciar la amargura y expandir la
plenitud de tu calma, la profundidad de tu resiliencia, el silencio de tu
llanto y el concierto de tu alma. Ante ojos de hombre tu vida sin gracia has
debido mostrar, encontrando desprecio, desamor, y desilusiones por miles. Más
ante los ojos de quién ve más allá de lo evidente, has hecho una labor digna,
que nadie más pudo haber hecho mejor. Te aplaudo yo, con este amor que no cesa,
porque no lo harán otras manos, porque solo tú sabes lo que se siente, lo que es
batallar día a día así, porque has sabido llevar esta lucha como nadie, no
sabes cuán orgulloso me siento de ti. Sonreír cuando tu corazón se cae a
pedazos, caminando sigiloso y atrapando su contenido en tus manos, para no
derramarlo ante la vista de todos. Quien ha velado tus pisadas, sabe tu valor y
no te entregará tan fácil al error, a lo quebrantable y a lo dañino, porque eres
su invención más sencilla e indefensa, pero tan fuerte a la vez, y sabe
indudablemente, a qué precio infinito fuiste comprado. Mi querido Franco, tu
alcanzarás felicidad, esa que si existe, esa que no cesa y la misma que
perdurará por un infinito increíble. Llora ahora y sonríe por siempre. Da ejemplo,
calla, grita, aleja y abraza con el poder concebido cada día, y recuerda
siempre que hagas lo que hagas, e intentes lo que intentes, el Radiante Sol de
Justicia te hará volver o quedarte, en el único lugar que te corresponde… en su
corazón.
Ya no llores, ya lo escribiste.
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