"THE PRIDE"

"¿Por qué? por un nuevo empleo prestigioso, ¿por un reconocimiento personal? cada quién ignora el hechor de su orgullo, pero nada me hizo más obstinado entre largos rascacielos que encontrarte; no te espantes si al enfriarse tu café y se acabe el octanaje de mi tintero, termine diciendo lo que siento entre las crónicas de los titulares."

 New York, 1932 

Me he demorado tanto en escribirte esto. Pero marzo me atrapó en su juego, mantuvo amarradas mis manos pero no mi cabeza, que no te ha liberado desde que te visité ese martes. Estaba ansioso, comenzaba la aventura laboral, el primer día en el que tendría que valerme de mí mismo y este conocimiento para enfrentar el mundo, cielos, ¡estaba tan nervioso! entrar a una editorial así era adentrarme en la canallada del capitalismo emergente y resistirme a su encanto, pero que increíble es que te paguen por hacer lo que te gusta, lo que amas… la suerte de algunos, ¿eh?.

Más vuelvo al lugar donde todo inició, para compartir la buena noticia convoqué a una de mis amistades en el café de siempre, la preciada galería de Av. Vermont Mattes en el centro de la ciudad. Como su costumbre es la tardanza le esperé por grandes ratos en los que los molinillos trituraban el café para los expresos, la gente entraba y salía veloz entre largos abrigos hasta que entre ellos te encontré detrás de la barra, batiendo espuma de leche hirviendo mientras sonreías tu rostro claro en contraste con ese cabello oscuro y liso que tanto me atrapan. Tu pendiente ópalo relucía claro cada vez que se volteaba a recibir la orden. Cielos… era tan bello el momento… fue mágico el momento en el que me quedó viendo con timidez tras su delantal, era como si hubiese leído mi mente, calculaba cada mirada entre tanto preparaba el elixir y camuflaba su reserva.

Saqué mi libreta azul de bolsillo literalmente para garabatear, no tenía qué escribir, sólo lo hice para verme más interesante y viera en mí al nuevo ilustre periodista de The Pride, al hombre sencillo recién graduado de redacción y crónicas de la Universidad de Brooklyn. Me quedaba tan poco tiempo, de mi cita ya no quedaba rastro, el mejor retraso de mi vida entera, 40 minutos regalados por el universo para apreciarte, conocerte y descifrar el misterio de tu reticencia. Si pudiera decirte la verdad, si tan poca valentía tuviera para acercarme a tu puesto y preguntarte: ¿qué valor tiene el diario del mostrador? Sabiendo que es de libre lectura y gratuito su poderío. Y sorprenderte con preguntas que todo el mundo civilizado ignora porque sólo pertenece a una profesión. – “¿Pregúntale qué quiere?”, la hermosa pregunta que infló mi pecho de iluso orgullo… sin duda la prospecto más inteligente de sus amistades instándole a hablarle al joven ensimismado dos mesas a la entrada. No había hecho nada para ganarme tus ojos, no grité para retener tu atención ni mi ropa combinaba haciéndole reputación a mi próxima vida… pero no necesitamos más que esa distancia y un barista para que provocaras en mí el pequeño aguijón dulce del orgullo, mirarme como nadie, retenerme como nuevo nacido sin ver mi nido y buscarme como pródigo de mis propias sensateces. Su indicación me devolvió la compostura… no vendría a hablarme, porque somos parecidos. Gatilló el silencioso precio de mi infortunio, pero con la maga esperanza.

Los Jueves serán nuestros; tuyo para trabajar y mío para contemplarte. Tal vez algún día me quede hasta el cierre para caminar juntos hasta la parada de tu autobús o la estación del tren subterráneo, rozar nuestras manos y cubrirte con mi chaqueta bajo las frescas tardes de fin de marzo. Te conocí empezando el mes y te hablo por secreto cuando éste termina, tenme paciencia, si descarrilo mis pensamientos por la locura de mi trabajo, no te espantes si al enfriarse tu café y se acabe el octanaje de mi tintero, termine diciendo que te amo, porque se me olvidó decírtelo hoy. 

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