Quiero escribir con las cortinas cerradas en caso de que caigan lágrimas porque este es un dolor privado que se vive en lo oscuro y que palpita fuerte cuando llega a casa después de forzar la cara ante la misma vida que me traga y regurgita a la vista ignorante de todos. No es un secreto a esta altura, aunque siempre esperarán una confirmación tenebrosa que se sucumba en los cántaros de este cuerpo encorvado y quebrado. Tengo miedo, un pánico cruel, que no es aquel paralizante o ese turbulento, sino, ese de manifestación callada que te permite funcionar como si nada, pero sujetándote del brazo y que en sus mejores días, te lleva de la tráquea. Que decepcionante es su invisibilidad.
Lo intenté, lo juro. Así ha sido desde que me di cuenta de todo, el pánico se hizo realidad, un crudo látigo que ya se volvió anestesia y que con allegados veintiocho años he sido abandonado por todo aquel a quien confié mi vida. No será rápido, no será de día, tal vez en un atardecer, de esos arreboles donde los violetas y cenizas se combinan entre llagas de fuego. Fui capaz hasta aquí, pero ya no puedo, no hice nada, no sucumbí a nada, pero, ya fue suficiente.
A veces me elevo y doy mil volteretas, a veces me encierro tras puertas abiertas y veo las luces sobre mi cabeza mientras apagan el atardecer que cité.
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