Bandera blanca
Lo intento, lo juro por la oscuridad de esta habitación que huye cobarde por la luna refractándose. He percatado un conjunto de ocasiones espontáneas sólo para verte y obligarnos a hablar en un cruce escueto de palabreo corto pero titánico en mis témpanos. Siento que no sientes lo mismo, para mi variar, y mi intuición indecisa se subleva testaruda a evitar cualquier contacto que otra vez nos exponga al escarnio público que ambos congregamos en nuestras mentes taciturnas. A veces nos imagino replicando la caminata, pero esta vez, a la puerta de tu casa para asegurarme que llegues bien y podamos vernos al otro día; con esas miradas breves y fugaces que se interrumpen por tu visión al frente y ese pestañeo nervioso mecido con tus pestañas espesas y tan negras como el óleo de mi taburete.
El otro día nos vi caminando hacia arriba, despacio y pateando piedras como niños en medio de la primera gran plática que catapulta a los amantes y la que sólo se sostiene por los "¿Y tú?, ¿Y a ti?" está de más decir que las respuestas pasan a un segundo plano, porque eres tú quien me desconcentra sonriendo mientras bromeas con tu aumento de edad continuo, hablando de ti como si ya estuvieras viviendo tu tercera edad, y que va, falta tanto para nuestra vejez.
He insistido, pero es tanta mi falta de experiencia, que no puedo saber, si hago lo que debiera para evidenciarme y te des cuenta que eres tú quien me atrae a un tejado de vidrio; uno muy bonito la verdad. Peligroso y atractivo reflejo que me impide mirar hacia abajo por pánico, y me autoriza a correr temerario sobre él.
Juro que a veces, sobre todo por las noches al lavarme los dientes, tengo golpes de cordura en la que me pregunto angustiado por lo que estoy haciendo. Sintiendo, mas que hacer, porque busco más razones para irme antes de que sea demasiado tarde. Me convenzo de preparar una bandera blanca para gritar mi rendición, juro que la porto frecuente para usarla en el momento indicado del conflicto, pero es en vano, porque en realidad me la quito para seducirte, no soy el imán que me aluden mis amigos, pero contigo si quiero serlo. Poleras blancas que según una amiga me combinan con el alma resplandeciente (sí lo sé, es una exageración).
Los domingos de octubre han sido bonitos, despierto pensando en lo que podríamos hacer, me quito la polera y me apoyo en la pared blanca para pensar mejor... ojala me vieras, me simplificaría la vida para que entendieras que me rindo, pero aún no sé a qué: si a ti, o a mí.
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