Van Gogh
Libélulas y polillas gigantes queriendo entrar chocan con la ventana, y en ese trizar fallido, las miro atontadas y suspendidas por su aleteo expectante a que el vidrio se desvanezca y vengan a la luz del notebook mientras escribo. Sí han habido días difíciles de superar, cuando la anticipación se convierte en un calor repentino; curado cuando mi espalda desnuda se enfría en la muralla de ceniza, y entre tanto, me rasco la nuca para sentirme mejor. Me recuerda a la sensación lejana de estar loco, desprovisto de un futuro razonable, sin cobija sobre piedras mojadas a las orillas de la madrugada.
Algunos caemos por acción de la gravedad en cuanto el manto nocturno se extiende. No recuerdo la última vez en que me lancé al suelo para pensar mejor, ¡que estrago es el peso del universo sobre esta fragilidad humana!... y así estoy... dormitando con el sonido de Love Goes para saber que en su letra hay una encomienda directa al presente de ayer. No existe sublime momento que contienda con estas noches, en las que sentado en el suelo, disimulado bajo el escritorio y la mesa, trace con lápiz, tinta o pintura lo que tengo atragantado en las venas de noviembre: acuarelas, bocetos y letras, nacen con una pasión ingenua sobre una piel casta, creando una paz en la clara oscuridad acallada por grillos rebeldes que me hacen caminar descalzo hasta la ventana para escuchar su grillar, a veces me visto de azul, o al menos algo suyo, que me resguarde en el ahora porque estoy creando algo eterno, a veces me río solo porque mi mente se frena en lo que se me ocurre mientras tiro líneas en la aspereza de mi barba, en realidad la ocupo para descargar los pinceles y mezclar mientras pinto, y sí, me quedo 20 resplandecientes minutos más despierto solamente para lavarme la cara después de estupendo impulso que me mantiene cuerdo, ya dopado por el somnífero orgánico.
Ahora te entiendo Vincent, creo que sí. ¿hago de la noche y sus tornasoles mi religión también?.
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