Weismenster
"Quien me viera y quién me ve ahora, gallardo para equivocarse y varonil para enmendar sus errores sin temor a ellos, cumpliendo lo que se propone porque tendrá la vida que siempre ha merecido. Las veredas y el pavimento antiguo de este lugar dirán cuánto sonreí caminando reflejado en los riachuelos contiguos de Weismenster."
La niebla de aquí no era
precisamente la cortina diáfana que cubría mi casa. Esta te empapaba en cuanto abrías
la puerta, y quién crea que cuando hay niebla no hay viento se equivoca, porque
a falta de lluvia arrasadora, es el tormento otoñal que cae aquí muy jovial en
Weinsmester. Sacudía el impermeable intentando correr las gotas que se adherían
desesperadas a su tono ocre, las maletas apesumbradas aún más por el resbalar del
frío sobre sus cueros, hacían de mi presentación una angustiosa primera
impresión, ante la familia que me recibiría en esta; la última aventura que se
me ocurrió asumir en el verano. Ayudé a mi padre con algunas de mis pertenencias,
lo notaba muy callado y a la vez sorprendido de ver cómo el pajarito inofensivo
y vulnerable dejó el imaginario nido para encontrar su vida tomando la
repentina decisión de irse tan lejos de casa, de hecho, creo que me acompañó
para ver con sus propios ojos cómo un hombre prácticamente desconocido para él se
robusteció en tan breve intervalo.
Bajamos de la carrocería y muy
gentil el hombre que nos trajo a la puerta de la residencia me despedía para
volver a su casa. ¿Qué haríamos sin los amigos y sus contactos? ¿Qué haríamos
en esta vida sin los conocidos amables?, no mucho, sobre todo porque somos
pocos, y me incluyo porque en más de una oportunidad, me tocó serlo para otros
en tiempo de apuro y un servicio muy alegre por lo demás. De pronto un muchacho
y una mujer de baja estatura, pero de rostro con bastante experiencia abrían la
reja custodiada por un pastor alemán en plena adolescencia porque lo primero que
hizo fue intentar morder la goma de mis zapatos. No imaginaré mi rostro porque
de seguro fue de susto, desagrado, nerviosismo y felicidad por ya haber
llegado. Entramos por un camino enlodado patronado por castaños y nogales a punto
de botar sus últimos retoños que pateaba sin querer hasta la sala de estar,
donde percibí que el joven cargaba con mi atril y mi maleta de mano, mientras
que la señora gentilmente portaba mi escritorio de viaje, punto en el que ambos
recepcionistas recibieron sus nombres y su parentesco: madre e hijo, dueños de
la casa. No sé si yo seré muy cordial ahora, pero, siento que su recibimiento
no fue cómo esperaba, mas bien reticente y frío, supongo que el negocio y la
costumbre de recibir a diversos huéspedes han hecho de su expresión la
defensiva misma, escuálidamente me indicaron mi habitación aun ocupada con las
cosas de su usuario anterior y otros artefactos abandonados entre el polvo de
rigor.
A penas me instalé, ordené mi
ropa de cama y entre las cajoneras pesadas de puro roble, ubiqué mis cosas,
dando por acierto las 3 horas y media en que me demoré seleccionado lo que
traería a mi nuevo paraje. Escuché a mi padre hablar de algunas historias
climáticas, bajé para despedirme de él y acompañarlo por el camino enlodado
hasta una avenida principal donde pasa el tranvía devuelta a la ciudad. Me
sorprendió gratamente el hecho de que me especificara su ayuda en caso de que
no me gustara permanecer aquí, o en caso de que mi nuevo trabajo no me hiciera
feliz, me aseguró que él vendría por mí también. Claro está que, aunque así
fuera, soportaría la tragedia hasta culminar lo que vine a hacer, no por terco,
sino por comprometido con mi propio proyecto de vida, las cosas que valen la
pena no se darán tan fácilmente, y sinceramente, siento ya haber pasado por
situaciones peores, y hoy salta la línea,
porque no es para nada riesgoso lo que hago. De hecho, lo hice por la confianza
que he forjado. Esperé que el transporte desapareciera en la niebla del camino
alzando mi mano en forma simbólica.
Preparé mi escritorio, un noble
mobiliario con goznes que se abría con una llave descubriendo en su interior un
par de compartimientos donde distribuí mis libretas, pinturas, lápices y tintas
entre tanto escuchaba a Billie Holiday y su soberbio I’ll Be Seeing You, fiel acompañante de mi loable melancolía. Cada día al bajar un nutritivo desayuno me
espera servido, me he ambientado con los horarios de baño y lavado, camino 20
minutos antes del alba hasta la universidad donde trabajo y vuelvo por el mismo
cuando el ocaso se desprende talentoso desde lo alto. Para enfrentar las 4
estaciones del día hay que estar listo para el desplome de las cataratas atmosféricas
o la abertura de la tierra con su caldera, ayer compré unos zapatos café Boston
porque los míos los dejé en casa y así venir formal a ‘la casita’ el acogedor
lugar donde trabajo. Quien me viera y quién me ve ahora, gallardo para
equivocarse y varonil para enmendar sus errores sin temor a ellos, cumpliendo lo que se propone
porque tendrá la vida que siempre ha merecido. Las veredas y el pavimento
antiguo de este lugar dirán cuánto sonreí caminando reflejado en los riachuelos
contiguos de Weismenster.
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