LA TIENDA

 “‘Acontecimiento revisado, paso otorgado’ la ley que me permite estar en movimiento a pesar de estar quieto, porque allí sentado, de seguro en algo estoy reflexionando.”


Cada vez. Cada vez que alguien dice algo que no debe decir, me obliga a levantar una carpa en medio del centenario suelo para alzar de sus esquinas, las improvisadas columnas que estirarán el temporal techo. Ante las ultimas circunstancias no me queda otra alternativa que volverme nómade de una compañía a otra. Algunos pensarán cuán fácil es llegar a las personas y caerles bien. Pero he concretado durante esta semana que desde que era niño personas mal intencionadas trataron de convencerme y convertirme en lo contrario. Pero siempre alguien me protegió con su mano, y heme aquí, descubriéndolo sin rencor sentado sobre la baldosa fría junto a mi cama de misión.

Revisé cada cosa en el bolso de campaña, y aun así siento olvidar una vigésima de cosas importantes no para sobrevivir, sino para hacerlo; decidirme a la aventura fue el mayor desafío, pero creo que el duelo más grande es darse a conocer tal y como uno es entre un grupo de personas con el mismo propósito y con las mismas reglas para medir. No porque oculte una doble personalidad siniestra, sino, porque así he aprendido a acampar. Salí de casa sin partituras, el cuadernillo iba vacío especialmente destinado a resguardar las inscripciones que diariamente aparecerían sobre él. Y es justamente ese artefacto empastado el que requiero para revisar anotaciones pasadas. Moví un farol de mano, una fila de lápices se hizo avalancha entre un par de camisas, un tallador, un tintero y un frasco con papel maché fresco; un desorden de cosas perfectamente ubicadas hasta que algo se necesite... más fue el asombro, cuando hallé una punta caligráfica arrinconada entre dos talegos de nueces y castañas que oprimían su acuerdo, mientras el paciente dueño de la alforja ya descomponía su memoria visoespacial rebobinando el momento exacto en el que puso ‘tal pieza’ en un ‘tal lugar’, di con una serie compilada en amarras de lino manteca, comprimido en forma de edificio derrumbado, al alzarlo, conté nueve tomos, lo que me hizo calcular el tiempo narrado y de allí seleccionar al flamante número 4. Desamarré el calabrote y busqué en las páginas el día de aquella misma frase. Y qué códigos inventaba; a la fecha aún escondo cosas tan bien, que nunca más puedo encontrar, incluso cuando me cambié de casa.

En sus cursivas líneas se componía la única y directa pista: el baúl mal usado como mesa; urgueteé el fondo del cuadrilátero para sacar una rugosa esférica envuelta en algodón, lo llevé sobre el mesón de campamento y mientras mi mano derecha reunía el papel y lápiz, la izquierda desenvolvía la piedra. No recuerdo bien cómo fue su pulido, más algo me llevó a no continuar, de seguro porque así ya me gustaba, más ahora debía encontrar la hendidura por la cual accionaba su abertura, usando ambos ojos, uno cerrado, con el uso de una lupa y entre coordinadas trazadas como globo terráqueo que no dieron con el agujero.

Y es aquí donde finiquito la razón... sí perfectamente quedó en condiciones de eterno cierre, es porque no es necesario reconocer su contenido. Las palabras se las lleva el viento y estoy entrando en la etapa de mi vida en que espero que las acciones hablen más fuertes que ellas. Lo que en ocasiones anteriores me derribaba, ahora puedo pasarlas por alto sin resquemor, anulando la nostalgia, por temor en convertirme, en otra persona, en volverme apático y tan crítico que inmovilice mi misión y esencia. Pero puedo caminar tranquilo, porque he aprendido a portar conmigo la tienda de mis memorias, porque no quedo tranquilo hasta dar con el punto exacto; al origen de cierta catarsis simpática y el inicio de tal rasgo de carácter. “Acontecimiento revisado, paso otorgado” la ley que me permite estar en movimiento a pesar de estar quieto, porque allí sentado, de seguro en algo estoy reflexionando.

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