Febrero 29, 1867

No sabes lo exhausto que estoy. Mi debilitado cuerpo no ha respondido con el vigor que debe caracterizar a mis 22 cortos y veloces años. Pero que pesimista he comenzado a expresar las buenas nuevas de este año. He finalizado con éxito mi maestría en las artes de la salud y la ciencia de la medicina, prontamente seré facultado con el querer y el deber de velar por cada alma que mora la región. No he de negar que el camino transitado por estos escuálidos meses fueran complicados y poco corteses, me vieron por días de angustia y temor, más he prevalecido, con mi historia y el sostén de mi familia, rebosé mis manos de ardua confianza y vencí todo nudo impenitente que luchaba para impedir mi cometido. No describiré aquellos relatos, sólo he de mencionar que soy afortunado, y orgulloso porto el apellido de mis padres, que por cierto gozosos se han asentado en su nueva finca en el Norte. Han multiplicado sus bienes y Brian ya ha contraído nupcias con una bella doncella Inglesa. Mi amada hermana Iana aún joven y brillante como el rocío tierno de sus Dalias, se presenta estridente ante todo aquel que aprecia su belleza.

Pero la situación más angustiosa de todas, fue cuando en pleno invierno, Phillips enfermó de cólera, desesperado pensé que iba a perder a uno de mis queridos amigos, decliné mi propósito y dejé en receso mis estudios para volver a casa y cuidarle yo mismo para su mejoría. Emma portaba un rostro fatigado y su cuerpo cargado, fueron dos meses de crudo labor y ruda afrenta, creí que en medio tiempo de descanso sería bueno despejar mi cabeza y hallarme resuelto a reanudar mi presencia en las interminables cátedras del lejano Este. Muy pronto la fuerza se apoderó de su cuerpo y su mente fue habilitada para pararse y continuar con sus tareas en la finca. El joven y excelente mayordomo de mi abuelo, hoy es mi amigo y viejo administrador de todas mis posesiones. Su eficiencia es sin precedentes, su bondad nos ha hecho acreedores del respeto y admiración del poblado completo, con frecuencia vienen a negociar convenios y acuerdos con nuestra compañía de cereales. Contemplaras tú el reflejo del sol en los infinitos campos seriados que se alfombran de mis pies hasta tocar al magno en el horizonte, vaciarías tu alma de las preocupaciones y absorberías la fragancia campestre de reposo y ágil liviandad de ánimo.

Y con todo concluido, por el momento iniciaré mi viaje por las tierras de mi heredad y supervisaré por mi cuenta el crecimiento de mi capital. Ya nos hemos afirmado en la riqueza y alejado de la ruin pobreza que nos poseía hace un par de años. Ya todo está siendo como antes, cuando corríamos por el abeto hasta la casa de tus padres y comíamos en las piernas de tus sirvientes. Los memoriales anécdotas que guardan mis ojos reviven cada vez que hallo un motivo para hacerlo. ¿Recuerdas cuando caminábamos por la silenciosa foresta de Ángelmo? Aunque congelaba nuestra espalda, reíamos mientras nos asustaban los animales silvestres. Quiero tener algo tuyo, seguir viéndote, continuar amando lo que he atesorado a pesar de la guerra intentar arrebatarlo. He considerado separar parte de mis tierras en ángelmo y convertirlas en un territorio para que la vida abunde y se multiplique por sobre toda flor, árbol y animal que se preserva en sus lechos y continúen refrescando de natural holgura la robustez del sur. Nadie podrá cazar y atrapar para sí a cualquier ser vivo que he decidido proteger entre los limites de mi dominio. El arroyo Becker traza la zona, mantiene en pie todo lo que se allega a sus corrientes. 

Ahora me siento ventajoso, poderoso cada vez que navego en mi barca bajo la lluvia tridente y fría de los cielos. Muy pronto retomaré mis clases de violín y deleitaré al condado con la afición de la armonía en la cena que los fundadores hemos preparado, mi viejo Isaac yace un poco empolvado, trizado por los días pero vigente en el aprecio de quienes me recuerdan portarlo en mi hombro siendo un muchacho. Aún sigo esperando respuestas de tu mano alzada, no cesaré ante la desventura tal y cual lo hablamos siendo jóvenes a la orilla de los 17 años. Más no decaigo ni he preferido derrotarme sobre el polvo, cada día inspiro fornido al despertar y correr las pesadas cortinas de mi madre permanentes aún en el ventanal del principado. Persevero ávido el momento de rendir mi inteligencia y saber ante la comisión que me invista con el diploma que he preparado. Aguardaré paciente la vida que se avecina y no entregaré mis fuerzas, porque hay quienes dependen de mí y yo de ellos, me verás  reconocido en humilde ocasión ya instruido en plenitud y será al cabo, cuando nuevamente te lleve a explorar el espacio natural que he dejado para mí... y que como siempre, termino compartiendo contigo. Hasta muy pronto.

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