"Claridad"

 "Al vehemente que se deja seducir por la llaneza de un contemplo anacarado."

El juego de luces que emanaba al abrir y cerrar sus ojos, era el espectáculo más nítido y vivo que había experimentado desde hace tiempo. Sus pupilas tan negras como el carbón armonizaban perfectamente con su cabello azabache, al contraerse y dilatar cada vez que estaban mis pasos cercanos. Mientras sustentaba la idea de su intención, camuflé cada juego de luces en mi memoria con cada interrupción de cuerpos celestes moviéndose entre medio. Recalqué cada pieza del momento al son del silencio, escondiendo todo en una de las franjas de su iris; una fuente de emociones incalculablemente controlada, que saltaba entre los tonos más escondidos del color esperado.

Sé muy bien que mi mirada se vuelve pesada cada vez que intento mirar otras aberturas al ánima. Todo debido a algo, que no tengo la más mínima idea, más allá de la sobrecarga que hago crecer o menguar dentro de mí. Por eso, esta vez decidí cerrar mis ojos para no interrumpir el desahogo de su ateneo viviente. Ciego para mi entorno, sólo prestaba alma para atender a la propagación de los rayos de su exquisita mirada y los destellos vehementes que impactaban mis oídos de forma tan extasíente que me aterraba. Cada color de extraña procedencia elevaba todo a la más pura altura de lejanía contra el tiempo y el espacio. Todo era detenido, obstaculizado por el cese de mi voluntad y el poder de sus cristalinos anacarados.

Sin gravedad aparente, mi real imaginador percibía la magia de su heterocromía como lo más pacífico y librante, con uno veía la euforia de la vida, con el otro la amargura de lo recorrido, lo que yo veía era: claridad. Con el choque de talcos y haces lumbradas efectistas me hallaba acariciando el origen de la luz, no era una nube, no era la tierra, me contenía una realidad soñada y naciente a partir de su mirada, la que ofrecía frio y calor, abstracto y concreto, plenitud y miseria, pero a diferencia de lo que ya había podido idear  hasta el momento, todo converge en que el calor, lo concreto y miserable, eran la ternura, lo real y lo liviano que era lo que llevaba contenido entre ambos iris. En medio del enarbolado y a la luz de su mirada me entregaba algo totalmente distinto a lo que concebía, nunca pensé que necesitara algo así, tan impredecible, alcanzable, tan obvio, su amor es quebrante a toda ley establecida en mi mundo, desorganiza todo, pero al mismo tiempo lo sana al ralo de su contemplo.


Jamás había comprendido lo que necesitaba, un amor tan diferente que encajara de la misma manera que nuestras miradas al encontrarnos. Es decir, ya lo había pensado antes, pero esta vez ya lo adjudiqué de una forma inesperada y totalmente mágica. Me acababa de compartir su emblema resplandeciente, tan nítido y perlado. Perplejamente aturdido sonreí ante tal fulgor, ahora puedo abrir los ojos, pero no quiero hacerlo, quiero vivir y conservar sus ojos si es que así puedo vivir feliz, encerrado y sustentado por la claridad que emana de su mirar.  

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