Cepillo

"En indetenibles segundos, me pareció ver la mano del viento acariciando el pasto suavemente de sus cornamentas, y sostener los racimos de los árboles lentamente para impedir su caída (...) El atardecer hizo que tus dedos cepillaran las corrientes desde mi cabeza hasta el relevo de mi espalda."


El final de la colina era lo que me alentaba a continuar, porque sabía que no acabaría allí... desde un corto ápice se iniciaba una pequeña planicie rodeado por eucaliptos tan jóvenes para experimentar la rabia de la sabia. Honestamente creo que son estos paisajes los que fotografían tanto para publicarlos en los calendarios de almacén, y volverlos postales en fondos de escritorio... pero este beneficio era distinto y único, era dichoso verlo estando yo de pie en frente de cuatro quebradas similares allanando el camino para conformar sus campos. Es un rincón tan grande, ver las colinas aferrarse de las manos para llegar juntos al principio de la costa. Ojala hubiera alguien que pactara las tierras para cada uno, es tonto, pero creo que alguien me dio ese mirador personal para ver este cuadro tan verde y extenso en los aires de septiembre. El pasto era tan claro y parejo, virgen en su impresión por tan uniformado bordado en ciernes silvestres; sentarse entre las ramas taladas de los viejos refranes de aquel bosque, abrirse paso entre sus mismos vástagos y hallarte en un espacio tan insignificante comparado a todo lo que se me venía encima sí me observaban del otro lado.

Pasé horas de cada día sentado allí, mientras escribía cosas que tal vez nunca suba o dibujos que nunca comparta, el asunto era soltar los dedos mientras respiraba el poco aire que la corriente ballesteaba hacia el este, un ruido tan ensordecedor que desaparece el trinar de las loicas y trazos mal hechos sobre el papel que abrumado intenta encorvarse. La decisión era; estirar la hoja, seguir escribiendo, sujetar el gorro o taparte los oídos; seriado problema desenvuelto en sólo segundos por el pasar de la ráfaga.

Más, hubo un momento, en el que nada de eso agravó lo que podía mirar... el césped se agitaba en infinitas columnas distinguidas por su flaqueo, los eucaliptos se mecían sobre sus lomos, uno tras otro, para soportar el empuje y los pinos cubriendo las cimas permanecían firmes a la reverencia de las corrientes. En indetenibles segundos, me pareció ver la mano del viento cepillando el pasto suavemente de sus cornamentas, y sostener los racimos de los árboles lentamente para impedir su caída... un sonido terso e incesante de su soplo, me mantuvo quieto mirando como mi gorro volaba, mi hoja flameaba resistente de sus aros y mis oídos se tapaban por el estallido de la brisa. Llámame loco, pero fue confuso, porque mientras pintaba en el círculo el sollozar de la planicie, sentí tus dedos acariciar mi cabello tardamente para decirme cuánto me extrañas y en el susurro débil del último vaivén, escuchar pausadamente lo que yo veo. 

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